domingo, 12 de octubre de 2014

COMIENZA LA CUENTA ATRÁS PARA "EL SEXTO CLAN"

Hola de nuevo nerlingos,

Quería informaros a todos que ya he comenzado el proceso para publicar la segunda entrega de Crónicas Nerlingas titulada El Sexto Clan. De acuerdo a las fechas en las que ahora nos encontramos, y si no hay mayores contratiempos, espero que el libro pueda estar listo y disponible a la venta para las primeras semanas de diciembre.  

Para aquellos que no hayan comprado o leído el libro, voy a tratar en las próximas semanas de irles despertando el gusanillo de la lectura publicando de manera gratuita cinco capítulos de Crónicas Nerlingas I. La Traición Groning. Para los recién llegados, en dos entradas anteriores del blog podéis encontrar el Prólogo y el primero de los capítulos, Bajo el signo bunko.

Los siguientes capítulos que publicaré en esta y posteriores entradas son:
Ø  De ruedas, bosques y conspiraciones
Ø  El consejo de los Lacrags
Ø  El mensaje de Zornik
Ø  Días de espera
Ø  Adiós a Lothikaton

 Y ahora, disfrutad con la aventura nerlinga…

Hasta pronto,
 


Akrog y Kiril cruzaron el umbral de la cabaña que abandonaron tres años atrás para instalarse en Lothikaton. Se llevaron una grata sorpresa al descubrir que el resto del clan alko había adornado todo el interior de la misma con flores silvestres además de haberles preparado un suculento pastel en señal de bienvenida. Ambos cruzaron sus miradas y sonrieron.
      ―Creo que mañana por la mañana deberíamos acercarnos por casa del viejo Torilo a darle las gracias ―dijo Kiril.
      ―Comparto plenamente tu opinión ―respondió Akrog―. Incluso me atrevo a añadir que deberíamos compartir con él este sabroso pastel como desayuno. Pero ahora es tiempo de descansar. El viaje me ha fatigado y como bien dijiste mientras cabalgábamos, mañana debemos ir a recoger leña al bosque. Así pues, buenas noches, hijo mío.
      ―Buenas noches, padre ―dijo Kiril.
      Sin más demora entraron a sus dormitorios. Ambos miraron con deseo aquellas camas de madera cubiertas por pieles de oso que invitaban a tumbarse en ellas. Mientras Kiril cayó rápidamente dormido, Akrog no pudo conciliar el sueño a pesar de estar terriblemente fatigado. Aquella casa y en concreto aquella habitación le traían a la memoria infinidad de recuerdos, recuerdos de su añorada esposa que falleció tras el alumbramiento de Kiril. Recordaba las largas caminatas alrededor del Bosque de Alkos, los ratos que pasaban cultivando y recolectando los campos que lindaban con su cabaña, los paseos en barca por el Lago Argul y tantos otros momentos que ya nunca volverían. Una gran pena anidaba en su corazón por no haber visto crecer a su hijo Kiril al lado de su madre. Aunque él no cuestionaba su labor como padre, si entendía que nunca había podido llenar el vacío de cariño y comprensión que su madre le hubiera proporcionado. Y mientras Akrog permanecía sumergido en estas reflexiones, poco a poco el sueño fue apoderándose de él, hasta que finalmente cayó profundamente dormido.
      Unos suaves rayos de luz penetraron por las ventanas de la cabaña acariciando delicadamente los párpados de Kiril, quien se encontraba postrado sobre la cama con los ojos cerrados perdidos en el techo de la estancia. Esbozó una sonrisa estimulado por esa agradable sensación, que finalmente se transformó en un profundo bostezo una vez despertó. No sin cierta dificultad se levantó y, acercándose a la ventana, observó que las negras nubes que la pasada noche cubrían el cielo habían desaparecido. El paisaje que desde allí se divisaba era el reflejo del esplendor del otoño nerlingo. Alkoburgo estaba situado en un pequeño alto, a modo de atalaya, desde el que podía divisarse el Lago Argul en toda su extensión; por el oeste el frondoso y extenso Bosque de Alkos, y al norte las majestuosas Montañas Nerlingas, regios muros de roca que protegían a toda la nación.
      Por las chimeneas de las cabañas de Alkoburgo asomaban unos finos hilos de humo blanco, prueba evidente que una nueva jornada había comenzado y, entretanto unos desayunaban, otros ya abandonaban sus hogares para dirigirse a cultivar las tierras.
      Kiril permanecía ensimismado contemplando aquella bella estampa, cuando súbitamente los ruidosos pasos de su padre borraron de sus ojos aquella imagen.
      ―Apresúrate hijo, o en vez de desayunar el pastel con nuestro amigo Torilo, lo tendremos que comer como postre en la comida ―dijo Akrog.
      ―Me has sobresaltado padre. Estaba absorto disfrutando del nuevo día ―dijo Kiril.
      ―Pues despierta de una vez y acompáñame. Nos espera una larga jornada y debemos alimentarnos bien ―le espetó Akrog.
      ―En un instante estaré preparado ―respondió Kiril, y calzándose rápidamente las botas se dirigió en compañía de su padre a casa de Torilo.
      Los dos nerlingos salieron de la casa y engancharon a su caballo de tiro Tranco a la vieja carreta en la que cargarían la leña. Kiril se agachó mirando con gesto de preocupación una de las ruedas.
      ―Creo que sería conveniente arreglar la rueda derecha. Parece que uno de los radios está a punto de partirse ―dijo Kiril.
      ―Lo mismo dijiste hace tres años, pero tendrá que aguantar así un día más. Si nos detenemos a repararla nos demoraríamos demasiado. La leña escasea a estas alturas del año, por lo que no podemos retrasar la recogida ―respondió Akrog.
      ―Está bien padre, pero no deberíamos cargar en exceso la carreta si queremos volver a casa antes de que anochezca.
      ―¿Es que acaso temes a las alimañas del bosque? ―y carcajeándose Akrog azuzó a Tranco y comenzaron a caminar en dirección a la casa de Torilo.
      Torilo era íntimo amigo de Akrog y padre de Maikel, quien más que un camarada, era como un hermano para Kiril. La amistad entre ambas familias se remontaba generaciones atrás, pero los lazos que las unían se estrecharon aún más hace treinta años, cuando Torilo salvó a Akrog de una muerte segura. Todo ocurrió mientras galopaban por las inmediaciones del Bosque de Alkos siguiendo las huellas de un grupo de venados. El caballo de Akrog se trastabilló al apoyar sus patas delanteras sobre una pequeña zanja oculta bajo la maleza, lo que hizo que el lacrag alko cayera de su caballo. Mientras aún se revolcaba dolorido en el suelo y sin tiempo para reaccionar, se encontró a merced de un enorme oso gris que merodeaba por aquellos lares. Al ver a su amigo en peligro, Torilo saltó desde su caballo sobre la espalda de la bestia y clavándole un cuchillo en el cuello acabó con el oso cuando ya se disponía a dar un zarpazo mortal al indefenso Akrog. La piel del animal adorna desde entonces la alcoba del lacrag nerlingo, arropándole en las frías noches de invierno.
      Ambos amigos solían verse con frecuencia, ya fuera para hablar o para compartir una suculenta comida. En definitiva aquello que iban a hacer esa mañana. Cuando se encontraban a unos veinte metros de la casa, la puerta se abrió, y en el umbral de la misma apareció un sonriente Torilo.
      ―Sabías que vendríamos a compartir contigo el pastel, viejo zorro ―habló Akrog al tiempo que elevaba su brazo en señal de saludo.
      ―¡Por Nerlinguia, si yo mismo fui quien lo cocinó! ―respondió Torilo―. Daros prisa, o se enfriará el caldo de jabalí que he preparado.
      Akrog y Kiril dejaron a Tranco y la carreta en el establo y pasaron al interior de la casa. Sobre la mesa había cuatro vasos de los que emanaba un delicioso aroma. Torilo tomó un cuchillo y cortó en cuatro trozos el pastel.
      ―Enseguida vendrá Maikel ―dijo Torilo―. Acaba de ir a lavarse al lago y de paso traerá un poco de agua para los caballos.
      ―Intentaré convencerle para que nos acompañe... ―y sin que Kiril pudiera terminar la frase Maikel la completó.
      ―... a recoger leña. ¿Es que tú solo no eres capaz de cargar un poco de madera seca en la carreta? ―y mientras decía esto se acercó a Kiril y ambos se abrazaron.
      ―Ya basta de saludos, parecéis dos mujeres que no se hubieran visto en años. Mi estómago grazna como un cuervo hambriento y si no nos apresuramos, la única leña que encontraremos será la del establo de Torilo ―dijo Akrog.
      Kiril y Maikel se sentaron en torno a la mesa y rápidamente dieron cuenta del suculento desayuno. Durante el mismo Kiril le convenció para que los acompañase a cambio de realizar un pequeño concurso de tiro con arco después de la comida. Junto a su amigo Oyvind, ambos eran los mejores tiradores del clan y siempre que podían trataban de demostrar quien era el mejor. Fue por esto que Kiril regresó corriendo a casa a recoger su arco y su carcaj lleno de flechas. Durante ese lapso de tiempo, Akrog comentó a Torilo lo sucedido la víspera en Lothikaton con el clan bunko, ya que el padre de Maikel había regresado un día antes para preparar el retorno de Akrog y el resto del clan a Alkoburgo.
      ―Querido Akrog, yo también me siento turbado por las palabras de Torko ―dijo Torilo―. Presiento que los años de sosiego tocan a su fin. El bunko siempre fue soberbio y altivo, sin embargo detrás de esas palabras hay algo más que soberbia. Creo que los jefes de los clanes hicisteis bien en planificar una vigilancia sobre los movimientos de Torko.
      ―Sinceramente deseo que al final todo sea una falsa alarma y un exceso de suspicacia por nuestra parte, pero o mucho me equivoco o los planes de Torko podrían asemejarse a los de cualquier jefe groning ―dijo Akrog.
      ―Deberemos aguardar al desarrollo de los acontecimientos ―respondió Torilo.
      En ese momento apareció Maikel con su carcaj a la espalda y el arco en su mano. Parecía un auténtico guerrero, ya que siempre gustaba de vestir unas botas muy altas y cinturón de campaña, con un puñal en su parte derecha. Su gran altura y complexión hacían el resto.
      ―Ya regresa Kiril. Creo que es hora de partir hacia el Bosque de Alkos ―dijo Maikel.
      ―Tu hijo tiene razón, Torilo. Una vez más agradezco tu desinteresada hospitalidad. Estaremos de vuelta antes del anochecer, así que deséanos un buen día.
      ―Por supuesto, mi amigo Akrog. Ve y que Nerlinguia te acompañe. Y cuida de mi hijo ―añadió Torilo.
      ―Él bien sabe cuidarse por sí solo. ¿Es que no te has percatado que podría alzar tu orondo cuerpo con una sola mano? ―dijo Akrog, y todo rieron.
      Akrog y Maikel abandonaron la casa, dirigiéndose al establo donde les esperaba Kiril. Los dos jóvenes nerlingos montaron en la parte trasera de la carreta y Akrog condujo a Tranco. Poco a poco fueron alejándose de Alkoburgo bajo la atenta mirada de Torilo.
      El camino hacia el Bosque de Alkos no era muy largo pero si fatigoso. El primer tramo de unos cuatro kilómetros tenía una ligera pendiente que veía incrementada su dureza por el gran número de piedras que la jalonaban, por lo que Kiril y Maikel debieron bajar de la carreta para empujarla, ya que en algunos momentos el pobre Tranco no podía con ella. Una vez se suavizó la pendiente, ambos subieron de nuevo en la carreta, por lo que para el caballo la cuesta se empinó nuevamente. Tranco sabía que como todos los años debía subir al bosque, y que si duro era el ascenso por aquel pedregal, aún peor sería el camino de regreso a casa con más de cien kilos de leña sobre la carreta y un amo inquieto que le azuzaría para llegar a Alkoburgo antes que la noche cubriese hasta el último rincón de Tierra Conocida.
      La última parte del camino era totalmente llana, una vez que superaron el desnivel de terreno existente entre Alkoburgo y la pequeña colina desde la que se divisaba el bosque. Las piedras dieron paso a la verde hierba que poco a poco crecía en altura, hasta que junto a los arbustos y zarzales el paisaje tornaba a una pequeña selva a modo de antesala de la hermosa floresta que se erguía frente a ellos. El bosque era una gran concentración de robles y hayas, tal que apenas el sol podía penetrar en su interior, creando un extraño ambiente sombrío pero diáfano a la vez. Por doquier podían oírse los canturreos de los pájaros que anidaban en las copas de los árboles. Escasas eran las alimañas que moraban en el bosque, ya que a excepción de una familia de osos que solía ser vista por sus lindes, hacia años que nadie había tenido un desagradable encuentro con ningún otro animal salvaje.
      Debido a la frondosidad y escasez de luz era fácil perderse en él. Todos los alkos recordaban con mofa como una partida de orgullosos bunkos permanecieron caminando en círculo dentro del bosque durante dos días sin encontrar una salida. Esa era una situación por la que ellos, grandes conocedores del bosque, nunca pasarían. Además de recordar cada uno de sus árboles, arbustos y helechales, siempre tenían preparados varios escondites secretos en caso de necesidad apremiante en la que su vida corriese peligro, o simplemente para ocultarse de su mejor amigo y darle un buen susto. Ese había sido el caso de Kiril y Maikel, quienes muchas veces habían tenido como compañeros de juegos a su buen amigo Thelmor o a los gemelos Oyvind e Ingvar.
      Cuando parecía que aquel amasijo de zarzas y arbustos se tornaba impenetrable, repentinamente se abrió un claro que daba paso a un estrecho sendero que conducía al interior del bosque. Akrog dio orden  a los dos jóvenes de descender del carro y continuar a pie. Una vez que se hubieron internado unos trescientos metros en el bosque, Akrog detuvo al grupo.
      ―Este será un buen lugar para dejar la carreta y que Tranco descanse ―dijo―. Esas dos grandes piedras nos servirán de asiento a la hora de la comida.
      ―Y aquel árbol seco será un perfecto blanco para nuestro concurso de tiro con arco ―dijo Kiril.
      ―Siempre y cuando os hayáis ganado la comida recogiendo leña, pues veo que preferís el divertimento a cumplir con vuestras obligaciones ―contestó Akrog.
      ―No se preocupe lacrag ―dijo Maikel―, superaremos con creces sus expectativas.
      ―Permitidme que lo compruebe antes de la comida. Y ahora pongámonos a trabajar ―dijo Akrog―. Recordad siempre que está prohibido cortar un árbol sano entero; solamente recogeremos ramas caídas o troncos partidos por algún rayo, y en caso de no encontrar la suficiente leña podrá talarse una rama principal por árbol. Tened presente mis queridos jóvenes las leyes de Nerlinguia: “La naturaleza vive junto y en nosotros. Si ella muere, nosotros morimos. Si una parte de ella muere, pero se regenera, nuestro pueblo tendrá una larga y duradera descendencia; parte de sus miembros morirán, pero otros nuevos llevarán la sangre de la madre Nerlinguia en sus venas, como las nuevas ramas del árbol sienten la savia de la vida” ―finalizó Akrog solemnemente.
      Todos permanecieron en silencio durante unos instantes, pensativos, reflexionando sobre las palabras pronunciadas por Akrog y tratando de imaginar la belleza, sabiduría y majestuosidad de Nerlinguia, la madre de su pueblo. La calma fue rota por el canto de algunos jilgueros, por lo que nuevamente el grupo se movilizó. Los dos jóvenes tomaron sus hachas y comenzaron a recoger y cortar los restos de madera caídos que iban encontrando por el bosque. Siguiendo escrupulosamente las leyes nerlingas, no talaron un solo árbol por su tronco, y solamente se atrevieron a cortar ramas de aquellos árboles que eran más viejos.
      Akrog no podía seguir el ritmo de Kiril y Maikel, pero se afanaba en conseguir la mayor cantidad de leña posible. No se alejaron en exceso de la carreta, ya que aunque poco probable, el pobre Tranco podría sufrir el ataque de algún animal del bosque que vagabundease por allí en busca de comida.
      A pesar de que el día era soleado, debido a la imponente frondosidad del bosque, pocos eran los rayos de luz que podían penetrar entre las ramas, siendo la zona donde ellos se encontraban, casi en el linde del bosque con el valle, una de las más claras y luminosas. Pasaron cerca de tres horas recogiendo, cortando y acarreando leña a la carreta bajo la atenta mirada de Tranco que descansaba plácidamente. Lentamente el voraz apetito que se iba despertando en Kiril y Maikel hizo que se acrecentase el número de visitas a un zurrón que colgaba de la carreta, para tomar unos trozos de pan y queso.
      ―Valientes leñadores, os comportáis como dos ardillas hambrientas ―dijo Akrog entre enfadado y burlón―. Está bien, creo que ya es hora de comer, y habéis ganado justamente el derecho a llenar vuestros estómagos. Os felicito, habéis trabajado duro.
      ―Gracias ―contestaron al unísono los dos jóvenes.
      Y sin mediar otra palabra, los tres leñadores se sentaron sobre las grandes piedras y, hambrientos por el esfuerzo realizado, comenzaron a devorar la comida. La carreta presentaba un buen aspecto, prácticamente llena de leña, por lo que una hora más de recogida sería suficiente. Kiril y Maikel estaban contentos, pues con la felicitación que Akrog les había dispensado, aprobaba veladamente su torneo de tiro con arco, que era lo que verdaderamente ansiaban ambos jóvenes.
      Tras dar el último bocado a su manzana, tomando su arco y su carcaj, Maikel se incorporó de un salto y dijo:
      ―Yo, Maikel de la familia Borjulug, hijo de Torilo, reto al futuro lacrag de los alkos, a derribar la hoja que cuelga de la tercera rama del árbol seco.
      Akrog y Kiril rieron, aunque el jefe del clan alko se sintió orgulloso al oír como Maikel reconocía a su hijo como futuro lacrag del clan.
      ―Acepto gustoso tu reto, hijo de Torilo. Tus ojos verán como traspaso con mi flecha esa hoja cual sucio groning ―respondió Kiril.
      ―No se hable más, pues yo seré el juez del torneo ―añadió Akrog―. Lanzaréis vuestras flechas desde cincuenta pasos, comenzando por el retado y finalizando por el retador.
      Ambos asintieron con sus cabezas y se dirigieron hacia el árbol. Una vez llegaron a él observaron la hoja seca y, girando sobre si mismos, comenzaron la cuenta: uno, dos, tres, cuatro, cinco y así hasta los cincuenta pasos establecidos. Dieron un nuevo giro y encararon el viejo árbol. Kiril sería el primero en lanzar la flecha. Tomó una de las muchas que llevaba en su carcaj, la apoyó sobre el arco, tensó suave pero firmemente la cuerda, apuntó a la hoja conteniendo la respiración durante unos segundos y disparó. La flecha partió en dos la hoja arrancándola del árbol, clavándose cuatro robles más adelante.
      ―¡Increíble! ¡Imposible superar eso! ―exclamó Kiril orgulloso de su certero disparo.
      ―Tus palabras suenan a bravuconada de bunko. Verás ahora disparar al mejor arquero que haya pisado el Bosque de Alkos. Lacrag, le ruego fije un nuevo blanco para demostrar a su hijo quien es el mejor tirador ―espetó Maikel a Akrog.
      ―De acuerdo, mi querido Maikel ―dijo―. ¿Ves a tu derecha aquel árbol con un pequeño agujero en la mitad del tronco? Pues bien, prueba si eres capaz de introducir tu flecha en él.
      ―Veo que estás acostumbrado a elegir blancos muy fáciles para tu hijo ―se burló Maikel―. Prestad ahora atención.
      Maikel tomó una flecha y armó su brazo con el arco. Hizo una pausa mientras contenía la respiración y disparó. La cuerda silbó y la flecha se incrustó exactamente en el centro del agujero.
      ―¿Qué decía yo? ¿Quién es el mejor arquero de toda la nación nerlinga?  ―gritó Maikel.
      Y de esta manera, gradualmente los blancos iban aumentando en dificultad, pero los dos jóvenes no fallaban, por lo que a cada nuevo logro se envalentonaban más y más. Fue entonces cuando Akrog decidió que los jóvenes se tapasen los ojos con un pañuelo. Él se colocaría a cincuenta pasos blandiendo una rama, la cual los jóvenes deberían ensartar. Primero lo intentó Kiril, errando el tiro cerca de diez metros. A continuación Maikel hizo lo propio, clavando la flecha cerca del lugar donde Tranco contemplaba con nerviosismo el cariz que tomaban los acontecimientos, que podían llegar a convertirlo en la cena de esa noche. Fue entonces cuando Akrog decidió declarar nulo el torneo no sin antes añadir:
      ―Ambos queréis saber quien es el mejor arquero y yo os lo voy a mostrar. Dame ese pañuelo, Maikel ―y tomándolo de la mano del hijo de Torilo, Akrog se lo colocó alrededor de su cabeza cegando completamente sus azules ojos y pidió un arco y una flecha―. Ahora, Kiril, coge la rama y colócate donde tú quieras agitándola suavemente.
      Ambos jóvenes se miraron entre extrañados e incrédulos, a la vez que sonreían burlonamente ante el atrevimiento de Akrog. Kiril se alejó y, una vez que hubo contado los cincuenta pasos, comenzó a moverse lentamente en círculo a la vez que agitaba la rama con su brazo derecho. Akrog tensó el arco y permaneció inmóvil. Maikel lo observaba atentamente, cuando súbitamente el lacrag alko giró dos pasos a su izquierda y disparó la flecha. Su arco cantó y la saeta rompió en dos la rama que Kiril portaba en su mano. Kiril cayó al suelo de rodillas, asustado, su corazón a punto de estallar por la violencia de sus palpitaciones, mientras Maikel permanecía inmóvil, perplejo ante la proeza que había contemplado.
      ―¿Pero cómo...? ―fueron las primeras palabras que Maikel pudo pronunciar.
      ―Simplemente transformé el sentido de la vista en una percepción diferente, en la presencia ―explicó Akrog―. Por supuesto esto es mucho más sencillo y se realiza con mayor precisión si la persona que lo intenta no pierde el tiempo fanfarroneando sobre sus supuestas destrezas y habilidades ―y rompió a reír.
      Los dos jóvenes se sintieron humillados por el viejo nerlingo, pero aprendieron aquella lección para el resto de sus días.
      ―Una vez que ha quedado claro el nombre del mejor arquero de toda Tierra Conocida, continuemos recogiendo leña. Hemos llenado aproximadamente las dos terceras partes del carro, pero no habrá que demorarse, pues dentro de unas horas el sol se ocultará. Así pues, apresurémonos ―dijo Akrog.
      Rejuvenecido por su victoria en el improvisado concurso de tiro con arco, Akrog cargaba la leña a un ritmo igual o incluso superior al de los jóvenes nerlingos, lo que hizo que la recogida finalizase antes de lo previsto, por lo que aprovecharon para merendar los restos de alimentos que habían sobrado de la comida. Comenzaba a atardecer cuando el grupo inició feliz su marcha hacia Alkoburgo, al contrario que el caballo, para el cual la vuelta a casa era una auténtica odisea por aquellos empinados caminos pedregosos llenos de hierbajos y arbustos. Cuando el grupo se encontraba en los lindes del bosque, y como si Nerlinguia hubiera escuchado las plegarias de Tranco, una de las ruedas de la carreta se hundió en un pequeño bache y un penetrante crujido desató los peores presagios.
      ―¡Maldición! ―dijo Kiril mientras saltaba del carro―. ¡La rueda derecha se ha partido! Ya te advertí padre que no aguantaría tanto peso.
      Akrog farfulló un improperio ininteligible. Maikel descendía ahora del carro. Los tres observaron el estado en el que había quedado la rueda. Uno de los radios se había partido y la sujeción al eje estaba agrietada.
      ―La reparación no será sencilla, pero podemos intentarlo. El problema es que debemos descargar toda la leña de la carreta ―comentó Maikel.
      ―Está bien, pero tenemos que darnos prisa, porque hace rato que comenzó a atardecer y no tardará en caer la noche. Si no lo conseguimos dejaremos aquí la leña y mañana por la mañana la recogeremos, pues no me agradaría ser la cena de algún oso errante ―dijo Akrog, mientras recordaba el desagradable encuentro con aquel gran oso pardo.
      ―De acuerdo, pongámonos a trabajar ―dijo Kiril.
      Mientras Kiril y Maikel descargaban la leña, Akrog desató a Tranco de la carreta. Cuando se disponían a reparar la rueda con la carreta ya vacía, oyeron sonidos de cascos de caballos que se aproximaban. Maikel se acercó hacia la zona del camino en la que terminaba el claro. Rápidamente volvió sobre sus pasos agitando sus brazos enérgicamente, haciendo entender a Kiril y Akrog que debían esconderse. Cuando llegó donde padre e hijo se encontraban, les comunicó lo que acababa de ver.
      ―Una partida de bunkos a caballo, unos quince..., todos armados y con ropajes de guerra..., se dirigen hacia aquí ―habló Maikel jadeante.
      ―Padre, deberíamos ocultarnos. Nada bueno traerá a los bunkos a las tierras de nuestro clan ―dijo Kiril.
      ―Cierto es, más aún teniendo en cuenta las palabras que ayer pronunció su lacrag. Pero no nos apresuremos en juzgar los acontecimientos ―respondió Akrog en un tono más conciliador―. Por precaución bien haremos en ocultarnos en esta ocasión. Cojamos a Tranco y escondámonos en el bosque. Así averiguaremos que es lo que se proponen o hacia dónde se dirigen. Apresuraos, los jinetes se acercan. Guardad silencio.
      Los tres alkos y su caballo pnetraron en el bosque, desapareciendo sin dejar rastro, no en vano lo conocían a la perfección. Se ocultaron sin necesidad de adentrarse demasiado, ya que su objetivo además de no ser descubiertos era observar los movimientos de los soldados.
      Al cabo de aproximadamente un minuto, los bunkos irrumpieron en el claro que servía de antesala al Bosque de Alkos. Eran diez soldados, no quince como Maikel había creído ver, ataviados con ropas de guerra, cotas de malla y yelmos negros, color representativo del clan. Nueve de ellos portaban largas lanzas y redondos escudos adornados con un cuerno en el medio, además de espadas enfundadas en la cintura. El que parecía el jefe de la partida, llevaba una gran espada y una capa negra que colgaba de su espalda. Ninguno de ellos llevaba arcos, no en vano esa disciplina era dominaba por el clan alko, no así por los bunkos, quienes siempre habían destacado en combate por sus lanceros a caballo. Al entrar en el claro, el grupo disminuyó su galope, reduciéndolo hasta un suave trote. El jefe del grupo se detuvo repentinamente a la vez que parecía fijar su mirada en un punto.
      ―¡Maldita sea! ¡Han descubierto la carreta! ―susurró Akrog amparado tras las sombras del bosque.
      El grupo de lanceros se dirigió hacia el lugar donde los alkos la habían abandonado. El jefe bajó de su caballo y se acercó a ella. La observó y vio la rueda rota, así como la leña apilada a unos metros de distancia.
      ―Algún aldeano del clan alko vino a por leña y rompió la rueda de su carreta. Este radio estaba carcomido. A nadie más que a un idiota se le ocurriría cargar madera en una carreta en este estado ―dijo el jefe bunko.
      Akrog enrojeció de furia al oír aquellas palabras. Un bunko le había llamado aldeano e idiota, a él,  el lacrag del clan alko y hasta ayer Rey de todos los nerlingos. Parecía que su amor propio le iba a traicionar cuando Kiril le sujetó con su brazo y colocando el dedo índice sobre la boca le pidió que mantuviese la calma y guardase silencio. Mientras, Maikel sujetaba con sus dos manos la boca de Tranco para evitar que cualquier relincho del caballo pudiera delatar su presencia.
      ―Probablemente haya vuelto a Alkoburgo ―continuó el bunko―, pero no podemos poner en peligro la misión que se nos ha encomendado. Que cinco de vosotros revisen los lindes del bosque en dirección sur. El resto vendrá conmigo para comprobarlo en dirección norte. Si encontráis a alguien merodeando por los alrededores no dudéis en matarlo. Nos encontraremos en el paso de las Montañas Nerlingas. Y no os demoréis; no admitiré retrasos en nuestra cita dentro de una luna en el Río Grazemberg. ¡Adelante!.
      Grave y seca retumbó en el bosque la exclamación del jefe bunko, mientras un sudor frío recorría el cuerpo de los tres alkos. Permanecieron inmóviles en su escondite, hasta que el grupo se alejó. Pasaron todavía unos minutos hasta que Akrog, Kiril y Maikel abandonaron su refugio. Una sensación de miedo y excitación invadía a los dos jóvenes. Akrog, más sereno, reflexionó en voz alta.
      ―Mis peores presagios se han hecho realidad. No ha pasado ni un solo día y los bunkos se hallan en pie de guerra. Pero me pregunto, ¿contra quién? ¿Contra sus propios hermanos? ―Akrog se detuvo unos instantes, pero ninguno de los dos jóvenes se atrevió a decir nada―. Y algo que turba aún más mis pensamientos ―continuó―. ¿A qué se debe esa premura? ¿Qué objeto tiene esa cita en las orillas del Río Grazemberg? ¿Con quién se reunirán? No alcanzo a comprenderlo, esa parte de Jactinia,..., allí solo merodean...
      ―Gronings ―dijo Kiril, atreviéndose a romper el monólogo de Akrog.
      ―Tienes razón hijo mío, pero no imagino por qué los bunkos querrían hablar con los gronings. Ellos son los enemigos de la nación nerlinga..., no puede ser, no entra dentro de lo razonable.
      ―Yo no pienso que los bunkos vayan a reunirse con los gronings, pero si está claro que nada bueno traman. Esas ropas en tiempo de paz no son un buen augurio ―respondió Maikel.
      ―Sabias son tus palabras, Maikel ―dijo Akrog mientras su mirada se perdía en dirección a las Montañas Nerlingas―. Lo que ahora debemos hacer es dirigirnos a Alkoburgo tan rápido como podamos y convocar en consejo a nuestros hermanos bilkos, helkos y celkos, y una vez tomada una resolución, cabalgar al amanecer hacia Lothikaton en busca de Torko. Ese bribón deberá aclarar muchas cosas.
      Sin mediar otra palabra, los tres nerlingos y su caballo se dirigieron apresuradamente hacia Alkoburgo. El corazón de Akrog pareció envejecer repentinamente. Se sentía viejo y cansado. Las imágenes que habían asaltado su mente la pasada luna, cuando cabalgaba de vuelta a su hogar, volvían a repetirse. Sangrientas batallas que habían librado sus antepasados pasaban veloces ante sus ojos. Él, que tanto había luchado y que solamente anhelaba la paz y la tranquilidad en los últimos días de su larga vida, no se sentía con fuerzas para entrar en una nueva época de guerra y dolor. Giró su cabeza hacia el Bosque de Alkos, y allí vio su vieja carreta rota, vacía y abandonada, la leña esparcida por el suelo, baldío el esfuerzo de aquel día. Y pensó en la nación nerlinga, y en lo duro que fue el éxodo de la Primera Tierra, y en los años de guerras gronings hasta su definitivo establecimiento al amparo del Lago Argul. Y pensó cuan fácil podría destruirse todo aquello por la sed de poder de un solo hombre. Y mientras cuatro seres continuaban su desenfrenada carrera hacia Alkoburgo, allí permanecía inmóvil la vieja carreta, en la frontera del bosque y el valle, como presagio de tiempos de fractura y destrucción.
 

3 comentarios:

  1. un pequeño avance de EL SEXTO CLAN??? Mesedez.. :-)

    ResponderEliminar
  2. Por ser tú y demostrar tanto interés e insistencia, aquí tienes en primicia mundial la primera frase de Crónicas Nerlingas II. El Sexto Clan:

    "Los párpados de Oyvind se comprimieron instintivamente, cegando sus élficos ojos al fatal destino que sobre él se cernía."

    Y hasta aquí puedo leer...

    ResponderEliminar