Como en una buena carrera ciclista, con antelación sobre el horario previsto, he recibido los primeros ejemplares de Crónicas Nerlingas II. El Sexto Clan.
Ya están disponibles en librerías como Hontza y Elkar (así como en sus respectivas páginas web), y muy pronto en muchas más. Para los que habitualmente realizáis vuestras compras por Amazon, también podéis ya adquirir el libro a través de su portal.
Espero que sea del agrado de todos y que disfrutéis con su lectura aún más que lo que lo habéis hecho con Crónicas Nerlingas I. La Traición Groning.
Y como broche final a los capítulos que os prometí iría colgando en el blog, aquí tenéis el último de ellos: Adiós a Lothikaton.
A partir de aquí comienza la aventura...
Era el 14 de noviembre de 1045 según el calendario groning,
el onceavo período también llamado como el del oso gris. Era la víspera de la
llegada de los gronings a Lothikaton. Era la antesala de una nueva era, el
último día de los Años Antiguos.
La capital
nerlinga era un auténtico hervidero de gentes en continuo trasiego. Se
ultimaban los preparativos para los próximos tres días de fastos. Hombres y
mujeres pertenecientes a los cinco clanes engalanaban la ciudad, a la vez que
colaboraban en las labores de cocina e instalación de improvisadas tiendas de
tela, para la ingente cantidad de personas que visitarían la ciudad los
próximos días. La intendencia estaba resultando una actividad muy costosa, pues
eran necesarios miles de kilos de alimentos y de litros de biluk para
satisfacer las necesidades alimenticias que se generarían durante los festejos.
Las bodegas y despensas de toda la región estaban vacías. Nunca antes se había
producido un acontecimiento de igual magnitud en Jactinia.
Un grupo de
hombres se encontraba señalizando con banderas el recorrido de la iokane. A lo largo del
mismo seleccionaron cinco de los árboles más altos y frondosos. En lo alto de
sus copas colocaron cada una de las banderas de los clanes; alrededor y entre
sus ramas, lanzas y todo tipo de objetos punzantes. El recorrido se completaba
con un ascenso por un terreno pedregoso y embarrado, descendiendo a
continuación por los campos que desembocaban en la parte norte de la ciudad, conduciendo
a los participantes hasta la llegada situada a las puertas del castillo. Allí
mismo varios carpinteros se apresuraban en terminar el montaje de un palco,
desde el cual los lacrags junto al Rey Zornik y su hija Ihola observarían la
llegada de los cinco jóvenes pretendientes.
Partidas de
lanceros bunkos junto con guerreros del resto de clanes montaban guardia
alrededor de la ciudad.
Desde el destacamento del Puente de Piedra llegaron días
atrás noticias del cruce del Río Arquiri-Valu por parte del Rey Zornik y su
séquito. La incursión en tierra nerlinga fue realizada pacíficamente, según
decía el mensaje que portaba la paloma mensajera, noticias éstas que
tranquilizaron notablemente a Akrog y al resto de lacrags.
El día avanzaba
inexorablemente, mientras todavía seguían llegando gentes de los burgos. Más de
cuarenta mil personas se concentrarían en Lothikaton, sin incluir a Zornik y su
séquito, previsiblemente en número aproximado de mil. Unos cientos de nerlingos
permanecerían en los burgos realizando las labores de mantenimiento diarias.
Pero sin duda, su curiosidad les impulsaría durante el transcurso de los
festejos a acercarse durante unas horas a la capital.
Akrog y Kiril
ya se encontraban en Lothikaton, y por su rango de lacrag se hospedaban en el
castillo, al igual que Guilemin, Dulba, Thuma y sus respectivos primogénitos.
Torko se paseaba como un pavo real engalanado con sus más bellos plumajes,
disfrutando cada instante, más aún si cabe desde que recibió el tranquilizador
mensaje desde Puente de Piedra. Su hijo Droko caminaba por el exterior del castillo
en compañía de los que mañana serían sus rivales. De carácter más humilde que
su padre, no le importaba compartir esos momentos con Kiril, Anodrac, Olisen y
Talik. Los cinco jóvenes discutían sobre la belleza de Ihola y apenas si se
preocupaban de la dureza de la iokane o de quién sería el vencedor. Pactaron
que la competición se desarrollaría en buena lid, y que nadie trataría de
entorpecer la carrera de los demás. Bajo esos principios regirían en el futuro
los designios de su pueblo. Savia joven para una nueva nación, decían a la vez
que reían.
El día tocaba a
su fin y muchos corrieron a acostarse con la inocente creencia que antes
llegaría el nuevo amanecer y con él el primero de los Nuevos Días; los años de
la mariposa como muchos ya los llamaban, bromeando por la similitud entre el
cambio de larva a crisálida y el producido en la relación de las dos naciones.
En el castillo se
ofrecía una suculenta cena en honor de los futuros campeones, con la que tomar
fuerzas para afrontar la prueba de la iokane, la regencia y la nueva vida en la
que se sumergiría el vencedor de la misma.
Una vez
finalizada la cena los comensales fueron abandonando la sala para dirigirse a
sus aposentos. Kiril no fue una excepción y cansado por el viaje hasta
Lothikaton trató de conciliar el sueño. Pero los nervios, que comenzaron a
aflorar en él como el suave y continuo cambio de marea, se lo impidieron.
Adivinando con intuición paternal lo que le sucedía a su hijo, Akrog entró en
la habitación donde Kiril trataba de descansar.
―Buenas noches,
hijo mío ―dijo Akrog.
―Me has
asustado, padre ―dijo Kiril mientras se incorporaba―. Trataba de dormir, pero
la verdad es que no he tenido demasiado éxito. Mis ojos se niegan a cerrarse,
como queriendo permanecer aferrados al presente.
―No es de
extrañar; a partir de mañana nuestras vidas ya no volverán a ser las mismas.
Nuestro mundo no será igual a como hoy lo conocemos. Pase lo que pase, sé
siempre fuerte y vive en la esperanza. Recuerda las enseñanzas que durante
estos años te he transmitido ―dijo Akrog.
―Padre, hablas
como si fuera a acontecer una fatalidad ―repuso Kiril―. No debes atormentarte
más por la decisión tomada en el Consejo de los Lacrags. Libérate de esa carga,
pues no fuiste el único que participaste en el consejo. El tiempo dictará si el
camino que vamos a recorrer es el adecuado ―añadió Kiril a la vez que observaba
los ojos de su padre.
―Siento que con
el nuevo día abandonarás definitivamente mi brazo protector, y volarás solo en
busca de tu destino. Te deseo la mejor de las venturas y rezo a Nerlinguia para
que vele por ti ahora que yo ya no puedo hacerlo ―y agachándose sujetó con sus
poderosas manos los hombros de Kiril y, con la suavidad con que un gato se
desliza entre las piernas de su amo, le besó en la frente.
Ambos se
miraron durante unos segundos, hasta que Akrog despidiéndose con un gesto de su
mano, dejó que Kiril volviese a intentar conciliar el sueño. Éste quedó
pensativo y con cierta tristeza al comprobar la pesada carga que seguía
soportando su padre. Pero igual de pesada era la que el propio Kiril sentía
sobre sus jóvenes párpados, lo que hizo que sin darse cuenta cayera dormido. Akrog
caminó por el pasillo del castillo y entró en su habitación. Se despojó de la
ropa y se acostó en el lecho. Sin poder contener su tristeza decenas de
lágrimas brotaron de sus ojos como el nacimiento de un caudaloso río, lágrimas
que durante varias horas empaparon su almohada de pieles.
La noche
transcurrió en calma, solo importunada en ocasiones por un suave pero frío
viento que producía extraños sonidos en el sereno silencio de la oscuridad. Finas
y alargadas nubes viajaban por los cielos de Jactinia. A unas decenas de
kilómetros de Lothikaton, al amparo de las Montañas Nerlingas, descansaba la
caravana groning. Quienes recuerdan aquella noche, cuentan que fugaces
destellos luminosos surgían de la tienda en la que el Rey Zornik descansaba.
Incluso algunos aseguran que oyeron breves conversaciones en un extraño dialecto
nunca antes escuchado.
La madrugada
parecía acortarse y viajar más rápido que nunca al encuentro del somnoliento
amanecer, el cual a duras penas comenzaba a iluminar con una tenue luz Tierra
Conocida. Los rayos del sol penetraban con dificultad entre la cortina de nubes
que cubría el cielo, y solo ese persistente frío viento ayudaba a que la frágil
luz otoñal acariciase los verdes prados que rodeaban a la capital nerlinga. Las
aguas del Lago Argul permanecían en calma, solamente alteradas por la ocasional
pesca furtiva de las aves tempranas. El primer día de los Nuevos Años había
nacido.
La caravana
groning terminaba de levantar el campamento al pie de las Montañas Nerlingas y
comenzaba a ensillar sus monturas. Cerca de mil hombres llegarían a Lothikaton
dentro de unas horas. En el castillo, Torko y los suyos ya se habían puesto
manos a la obra y ultimaban los detalles de los diversos ceremoniales que se
llevarían a cabo durante el día. Los caminos que conducían a Lothikaton
comenzaban a poblarse de gentes de todos los clanes, como una comunidad de
hormigas que acuden a la llamada de su reina.
En la parte
alta del castillo, Thelmor, Maikel, Oyvind e Ingvar corrían por el pasillo a
despertar a su amigo Kiril. Habían pasado la noche en una de las cabañas que
rodeaban al castillo y su impaciencia les había hecho levantarse horas antes.
No querían perderse ni un solo instante de aquel día.
―Despierta
dormilón. Ni un grupo de gallos roncos conseguirían sobresaltarte ―dijo
Thelmor.
―Si no te
despiertas, llegarás a la iokane cuando tus contrincantes la hayan terminado ―añadió
Maikel.
―Y no
encontrarás un solo vaso de biluk, porque ya nos los habremos bebido todos ―dijo
Oyvind mientras los demás reían.
―Está bien,
ahora voy, pero dejarme desperezarme tranquilo. Entráis en mi habitación como
osos en una colmena de abejas perturbando mi descanso. ¿Es así como pretendéis
que gane la prueba? ―y sin que pudiera continuar hablando nuevamente Maikel
trató de hacerle rabiar.
―Ni la prueba
ni a la bella groning. Si eres tan rápido en la iokane como levantándote de la
cama, terminará en brazos de Talik, Olisen y los demás, ¡ja, ja, ja! Pareces un
oso hibernando ―y todos le hicieron coro.
―Te esperaremos
en el comedor. Debes desayunar bien y remojar tu cabeza en las aguas del lago.
Necesitas tener tu cuerpo y tu mente despejadas, sino te convertirás en el
hazmerreír de los alkos ―dijo Ingvar mientras abandonaba la habitación con el
resto de amigos.
Kiril se
incorporó frotándose sus cerrados ojos con los puños. Comenzó a vestirse nerviosamente,
acelerado por el deseo de vivir intensamente ese histórico día para su pueblo.
Se calzó las botas y bajó al comedor. Allí disfrutó del desayuno entre las
bromas de sus compañeros de clan. En las otras mesas, Droko, Talik, Olisen y
Anodrac departían amigablemente con los suyos. Se respiraba alegría y optimismo
entre los más jóvenes, no así en la mesa que compartían Thuma, Dulba, Guilemin
y Akrog. La responsabilidad atenazaba sus mandíbulas, apenas hablaban y a duras
penas podían con el desayuno. Fueron los primeros en abandonar la sala,
mientras sus hijos y amigos continuaban sus animadas conversaciones.
Akrog se
dirigió a la parte alta del castillo y entró en la habitación de su hijo. Como
hizo la noche que convocó a los otros lacrags en Alkoburgo, extrajo de entre
sus ropas el Kolkar del clan de los alkos y lo depositó suavemente sobre la
desecha cama de Kiril. Tomó también un pequeño trozo de piel curada en la que
había escrito algo y la colocó bajo el Kolkar. Una lágrima serpenteó por su
rostro y un halo de tristeza envolvió la sala. Permaneció
allí durante unos minutos, de pie, clavado frente a la enseña, despidiéndose de
ella, del amuleto protector que le había acompañado desde que su padre Agroken
se lo entregó. Sus ojos parpadearon y recobraron la consciencia. Miró
por última vez el Kolkar y abandonó la habitación.
Kiril ya había
terminado su desayuno y limpiaba sus labios con un trapo. Recordó que había
olvidado su cuchillo de caza en la habitación y subió a recuperarlo. Al abrir
la puerta de la estancia vio algo que brilló con los rayos de luz que por ella
penetraban. Se acercó al lecho en el que había descansado durante toda la noche
y comprobó que lo que allí había era el legado de su padre. Tomó el Kolkar alko
con las dos manos aferrándolo a su pecho. Luego desdobló suavemente el mensaje
que Akrog había depositado bajo la enseña y comenzó a leerlo. La nota era breve
y decía lo siguiente:
El tiempo es el dios de nuestra diosa,
el tiempo es nuestro amo y señor,
el tiempo es el dueño de nuestra vida y
libertad.
Hoy finaliza la mía y comienza la tuya.
Deja que el tiempo te guíe y aconseje,
deja que el tiempo te conduzca a tu destino.
Cierto fue que
Kiril no alcanzó a comprender el significado del mensaje, mas creyó intuir que
su padre deseaba que por fin volase solo en el gran día en que se convertiría
en Rey de la nación más poderosa de Tierra Conocida. Sin embargo seguía
percibiendo la pena que desde hace semanas soportaba su viejo corazón. Embargado
por una rara tristeza, Kiril enrolló con cariño el mensaje y lo colocó junto al
Kolkar. Alzó la mirada y rezó a su diosa, rogándole que le proporcionase fuerza
y entereza para afrontar el mayor reto de su vida.
Todo estaba
preparado para el gran día. Una multitud se agolpaba en torno al castillo y en
los caminos de acceso a Lothikaton unos cientos de rezagados caminaban
apresuradamente. Los cinco lacrags estaban sentados en el palco y sus hijos
charlaban en los aledaños del mismo. Varias compañías de soldados formaban para
recibir a Zornik y los suyos. Maikel, Thelmor y los gemelos Oyvind e Ingvar
hacía tiempo que se habían dirigido hacia el punto del recorrido de la iokane
que días atrás habían elegido. En el ambiente se palpaba una inusitada
expectación y un murmullo envolvía la ciudad, algo extraño en aquellas gentes
calladas y silenciosas. En las almenas del castillo, los vigías lanzaban sus
penetrantes miradas hacia los alrededores de la capital en busca de la caravana
groning. Más de veinte hombres permanecían prestos a hacer sonar los cuernos de
llamada en cuanto recibieran la esperada señal.
La multitud
comenzaba a impacientarse. Los lacrags giraban nerviosamente sus cabezas
buscando al Rey groning. El viento comenzó a soplar con más intensidad y nuevas
nubes se acercaron a Lothikaton. Un grupo de patos que nadaban en las aguas del
Lago Argul alzó el vuelo repentinamente. A lo lejos se oyó el eco de cascos de
caballos. Paulatinamente el sonido se fue haciendo más fuerte y continuo, hasta
que un enérgico grito se elevó desde lo alto de las almenas.
―¡La caravana
groning! ¡Llega la caravana groning! ―gritó uno de los centinelas, y sin que se
apagase el eco de su voz, la estruendosa llamada de los cuernos nerlingos
resonó en todo Lothikaton, llegando a oírse incluso en los caminos cercanos, lo
que hizo apresurar aún más si cabe la marcha de los últimos rezagados que se
dirigían a la capital.
Segundos más
tarde la cabecera del grupo apareció a la vista de los allí congregados. El
gran grupo avanzaba homogéneamente, con paso firme, reduciendo la distancia que
le separaba del palco presidencial. A su paso la gente retrocedía, temerosa
frente al fiero aspecto de los gronings. Encabezaba la marcha un hombre a
caballo portando el estandarte groning, un gran lobo negro sobre el que pendían
dos espadas cruzadas, el fondo de color rojo intenso. A continuación, a un par
de metros de distancia, le seguía el Rey Zornik flanqueado por dos de sus Mariscales.
Su aspecto era demoníaco. Enfundado en un ajustado traje rojo, con capa y cota
de malla negra, calzaba unas largas botas que le llegaban hasta las rodillas.
Sin ser excesivamente alto ni corpulento, transmitía una sensación de gran
poderío, y su rostro, de tez morena y gélidos y brillantes ojos oscuros, junto
con su larga cabellera negra anudada en una trenza y su recortada barba,
completaban la aterradora imagen que cada uno de los allí presentes había
imaginado. En el lado derecho de su cuello, una curiosa marca de nacimiento
asomaba a través de sus vestiduras. Sobre su brazo izquierdo, un halcón de
aspecto fiero le acompañaba como fiel escudero.
El resto de
hombres que formaban la caravana vestían de forma similar, aunque su apariencia
física era más variada; a pesar de que predominaban los morenos de ojos
oscuros, también podían verse soldados de cabello rubio y ojos claros, e
incluso hombres de color, fruto sin duda de la mezcla racial con pueblos
sometidos por los gronings a lo largo de su belicosa historia. En mitad de la
caravana marchaba Ihola, la hija de Zornik. Su belleza no tenía parangón con el
resto de mujeres de Tierra Conocida. Su pelo negro y rizado como una tormenta
en el mar, sus ojos verdes como esmeraldas incrustadas en su rostro, sus labios
perfectamente perfilados y su esbelto cuerpo, generoso en formas, pronto hicieron
que se convirtiese en centro de atención para Kiril, Olisen, Droko, Talik y
Anodrac. Su cuello estaba adornado por un collar de plata del que colgaba un
hermoso rubí incrustado en un anillo del mismo metal. Su cuerpo permanecía
oculto tras un ajustado vestido de color blanco marfil, que contrastaba con la
marea de colores rojos y negros que la rodeaban. Altiva
como su padre, apenas si prestaba atención a los murmullos y exclamaciones que
los nerlingos expresaban a su paso.
La caravana
groning llegó hasta el pie del palco. El portador del estandarte descabalgó de
su montura, avanzó unos pasos y se arrodilló ante Torko. Extendió sus brazos y
ofreció el estandarte al ahora Rey Nerlingo. Torko, orgulloso, lo tomó entre
sus manos y mirando a Zornik lo agitó varias veces. Un grito de júbilo brotó de
la garganta de los gronings. Torko hizo llamar a uno de sus soldados y ordenó
colocar el estandarte junto a los distintivos de los clanes nerlingos. Zornik y
sus dos Mariscales desmontaron y pausadamente se acercaron al palco,
deteniéndose a unos metros de él, momento en el que saludaron con una solemne
reverencia a los allí presentes. El Rey Zornik tomó la palabra.
―Saludos para
Torko y los demás jefes nerlingos. Como prometí hace treinta lunas, me presento
ante vosotros, nobles regentes de los cinco clanes nerlingos, en son de paz
junto a mi pueblo y con los que a partir de hoy serán mis hermanos. Mi hija
Ihola también me acompaña y, tanto ella como yo, quisiéramos conocer al que
será el futuro Rey de nuestro pueblo.
―Bienvenido
seas, Zornik ―respondió Torko, y le acompañaron en el saludo todos los lacrags―.
A pesar de la incredulidad de otros, yo siempre tuve fe y confianza en tu
palabra. Tu gesto, no hace más que corroborarla. En efecto, a partir de esta
fecha, todos seremos hermanos e hijos de una misma nación, y la persona que
regirá nuestro destino en compañía de tu hija Ihola será uno de estos cinco
jóvenes.
A un leve gesto
de Zornik, Ihola se acercó al palco. Ella lo tomó del brazo y se aproximaron a
donde permanecían expectantes los cinco nerlingos. Torko hizo las veces de
anfitrión.
―Este es Kiril,
hijo de Akrog, del clan de los alkos ―y Kiril se inclinó sin perder detalle de
la bella Ihola.
Cuando Zornik
pasó a su lado sintió que su alma se estremecía, y un sudor frío recorrió su
espalda al contemplar aquellos ojos, fríos como un témpano de hielo.
―Él es Anodrac,
hijo de Dulba, del clan de los celkos ―y al igual que Kiril no perdió de vista
a la hija de Zornik.
―Frente a ti,
Olisen, hijo de Thuma, del clan de los helkos ―y como sus dos amigos realizó
una cortés reverencia.
―Este es Talik,
hijo de Guilemin, del clan de los bilkos ―y Torko apresurándose por presentar a
su hijo, aceleró el paso.
―Y finalmente
Droko, mi hijo, descendiente de la más noble dinastía bunka, será el
representante de su clan y del actual Rey Nerlingo.
Ihola observó
someramente a los jóvenes sin prestarles excesiva atención, pareciendo no
importarle cual de ellos se convertiría en su esposo. Finalizadas las
presentaciones, Torko hizo lo propio con los lacrags, quienes de no muy buena
gana tuvieron que estrechar la mano del hasta la fecha mortal enemigo. Zornik
fue acomodado en un lateral del palco, al lado de su amigo Torko, quien se
aferraba con orgullo al precioso báculo de mando nerlingo.
―Me alegra
comprobar que respetaste las condiciones del pacto al ver que tus hombres
acudieron desarmados ―dijo Torko.
―Mi buena fe es
patente, pues pretendo que nuestra convivencia se base en la confianza y en el
respeto de los acuerdos adoptados ―respondió Zornik.
―Espero que tus
palabras perduren para siempre ―respondió Guilemin desde el otro extremo del
palco.
―Comprendo
vuestro recelo, mis amigos ―habló nuevamente Zornik―, pero deberemos tener una
mutua confianza. Mis intenciones son nobles hacia el pueblo nerlingo. No deseo
más vuestro mal. Como ya dije antes, a partir de hoy todos seremos hermanos e
hijos de un mismo pueblo.
Nadie contestó
a las palabras del Rey groning, pero el silencio fue clarificador. Torko lo
rompió llamando ante sí a los cinco participantes en la iokane.
―Jóvenes
nerlingos, descendientes de nobles estirpes, futuros Reyes de nuestra nación.
Hoy es el día más importante de vuestras cortas vidas. Hoy, uno de vosotros, se
convertirá en el Rey de un nuevo pueblo. Por ello os pido que os entreguéis en
la iokane, luchando en ella hasta la extenuación, pues ahora necesitamos al
mejor de todos los posibles, alguien capaz de morir por sus hermanos, alguien
que les dirija con brazo firme y ecuánime a la vez.
Los cinco
aspirantes sintieron que el peso de la responsabilidad les atenazaba, pero trataron
de sobreponerse a ella con valentía. Dudaban sobre sus capacidades para dirigir
tamaña empresa, pero se sentían reconfortados al ver a sus padres y saber que
siempre contarían con su apoyo, sabiduría y consejo.
Torko realizó
una señal agitando sus brazos, y el camino quedó despejado de gentes y
guerreros.
―¡Qué gane el
mejor y que Nerlinguia os acompañe! ―gritó tomando nuevamente la palabra―.
¡Corred hacia vuestro destino! ¡Adelante! ―e inmediatamente un cuerno sonó y comenzó
la prueba.
Kiril, Anodrac,
Olisen, Talik y Droko salieron en estampida y la muchedumbre rugió, cada
persona vitoreando al representante de su clan.
Tras la
fulgurante salida, los cinco jóvenes redujeron el ritmo de su carrera, pues
largo era el camino que les quedaba por recorrer. Cada uno de ellos vestía
pantalón negro y una camisola del color del clan al que pertenecía, estampada
en la parte delantera con un dibujo en finos trazos del escudo. La de Kiril era azul, y en
ella aparecían la runa A,
un arco y una flecha junto al sol y la luna. Siguiendo al
hijo de Akrog venía Talik, con camisola roja, y un dibujo consistente en la runa B y dos caballos
frente a frente sobre los que pendía una espada. A poca distancia les seguía
Olisen, con camisola blanca, la
runa H, dos palomas, una casa y un hacha como símbolo de su
clan. Finalmente y a unos veinte metros les perseguían Anodrac y Droko. El
primero portando una espada sobre un escudo al lado de la runa C sobre fondo
amarillo, y el hijo de Torko, completamente de negro y su escudo compuesto por la runa B, un caballo y una
lanza resaltados en blanco.
El grupo de
cinco se estiraba y encogía según la dificultad del terreno. Habían recorrido
aproximadamente un kilómetro y se dirigían bordeando el Lago Argul hacia una de
las zonas del bosque. En Lothikaton los ecos del griterío de la multitud se
habían apagado y ahora solo se oían murmullos y comentarios. Para hacer más
leve la espera se había comenzado a repartir biluk y algo de comida. En el
palco predominaban los rostros serios, exceptuando a Torko y a Zornik que
departían animadamente. Akrog, Thuma, Dulba y Guilemin se concentraban tratando
de infundir fuerzas a sus hijos. El halcón de Zornik no se despegaba ni un solo
instante de su amo, y escrutaba con sus agudos ojos todos y cada uno de los
movimientos de los soldados nerlingos.
La iokane
seguía avanzando y, tras ya casi cuatro kilómetros de recorrido, aún no habían
avistado ninguno de los estandartes colocados en las copas de los árboles. Poco
a poco comenzaban a impacientarse. En cabeza marchaban Kiril y Talik, a los que
se les había unido hace unos minutos Olisen. Más retrasados, aunque siempre a
la vista, les seguían Anodrac y Droko que parecían encontrarse en peor forma
física que sus compañeros. Sus rostros comenzaban a reflejar ligeros síntomas
de fatiga y las primeras gotas de sudor comenzaron a perlarles la frente.
―Si esto sigue
así, ni Anodrac ni Droko disfrutarán del amor de la bella groning ―dijo Olisen.
―Tampoco estoy
seguro que lo haga el vencedor ―respondió entrecortadamente Kiril―, pues no
exteriorizó entusiasmo alguno al conocernos.
Talik no
respondió y ahí terminó la conversación, ya que el alto ritmo que mantenían les
impedía respirar y hablar al mismo tiempo. Unos cientos de metros más adelante,
Kiril divisó a lo lejos el estandarte alko sobre la copa de un enorme abeto.
Cual fue su sorpresa cuando, a medida que avanzaba, se percató de la presencia de Maikel,
Thelmor, Oyvind e Ingvar, quienes estaban situados enfrente del árbol, en el
lugar que habían elegido días atrás.
―Premonitorio ―pensó
Kiril.
Una vez que
estuvieron próximos al abeto, Kiril se despidió por el momento de Olisen y
Talik, ya que más tarde debería alcanzarlos para llegar el primero a
Lothikaton. Se separó del grupo y corrió velozmente hacia el árbol mientras sus
amigos le animaban desde el pequeño promontorio. Anodrac y Droko pasaban ahora
a su altura y bordeando el camino desaparecieron de su vista siguiendo el
recorrido establecido.
Kiril se aferró
con pies y manos al tronco del abeto y comenzó a trepar. Debía hacerlo rápida
pero cuidadosamente, pues un gran número de lanzas, pinchos y demás objetos
punzantes estaban dispuestos a lo largo del árbol. A pesar de hacerse algún
pequeño corte sin importancia, consiguió llegar con facilidad a lo alto de la copa,
fruto de los intensos entrenamientos a los que sus amigos le habían sometido.
Tomó con orgullo el estandarte alko y lo agitó mirando hacia Thelmor, Maikel,
Oyvind e Ingvar. Ellos alzaron sus brazos en señal de victoria y le vitorearon
con más fuerza aún si cabe. Kiril giró noventa grados en la copa del árbol,
tratando de comprobar si desde ella se divisaba Lothikaton, pero fue imposible,
ya que al estar situado en la parte baja del valle las grandes arboledas y
bosques que lo circundaban impedían verlo. Nuevamente se giró y lanzó una
última mirada al horizonte antes de descender. En ese instante, creyó ver algo
que se movía a un kilómetro de distancia. Era un caballo, pero no adivinaba a
distinguir con claridad a su jinete. Parecía que estaba tumbado sobre su
montura, como desmayado a lomos del animal. Observó que el caballo se acercaba
lentamente en dirección hacia la posición que ocupaba. Apresuradamente comenzó
a bajar del árbol, y esta vez se hizo más cortes que cuando trepó por él. Saltó
cuando se encontraba a dos metros del suelo y llamó con voz potente a sus
amigos.
―¡Maikel! ¡Thelmor!
¡Venid aquí, rápido! ¡Un jinete se acerca! ―y al tiempo seguía vociferando y
gesticulando con sus brazos para reclamar su atención.
Ellos,
sorprendidos por los gritos de Kiril, descendieron del promontorio, y en unos
segundos ya se encontraban a su lado.
―¿Qué ocurre? ¿Por qué gritabas? ―preguntó jadeando Maikel.
―Desde la copa
del árbol he divisado un caballo que se acerca ―dijo Kiril―. Por lo que intuyo
su jinete está malherido, o algo peor; está tumbado sobre el animal, inmóvil,
sin conocimiento. Vayamos a su encuentro y averigüemos qué le ocurre a ese
hombre.
Los cinco
amigos se olvidaron por el momento de la iokane y corrieron internándose entre
los árboles al encuentro del jinete. Su apresurada carrera les hacía tropezar
frecuentemente con las raíces más atrevidas que surgían de la tierra. Kiril fue el
primero en salir del enjambre de árboles y entrar en el claro. A solo unos
metros, un esbelto caballo alazán avanzaba pausadamente por las verdes
praderas. Sobre sus lomos, un hombre moribundo con señales inequívocas de haber
librado una dura batalla. Los jóvenes nerlingos detuvieron al caballo, mientras
Ingvar y Maikel sujetaban al asustado animal para evitar que saliese en
estampida lastimando más aún el ya maltrecho cuerpo del jinete. Thelmor, Oyvind
y Kiril lo tomaron entre sus brazos y lo bajaron de la bestia. Dedujeron
rápidamente que era un guerrero del clan helko, por el trapo blanco anudado en
su larga trenza. Su pierna derecha estaba desgarrada a la altura del muslo por
la mordedura de algún animal salvaje y perdía mucha de la poca sangre que le
quedaba. También tenía una profunda herida en el costado izquierdo,
posiblemente provocada por una espada, y una flecha clavada en su hombro
derecho. Intentaron extraerle la flecha pero el hombre se retorció de dolor y
finalmente decidieron partirla. Lo tendieron de costado, sobre la verde hierba
que comenzaba a teñirse de rojo y, con un jirón de su camisa, le vendaron el
muslo que sangraba. Por unos instantes recobró el conocimiento e incluso pudo
reconocerlos como nerlingos. Sin que le preguntaran nada, comenzó a hablar
entre susurros y quejidos.
―Vengo... vengo
del Puente de Piedra. Yo formaba parte del... destacamento. Miles de gronings.
Muchos. Nos sorprendieron... ―y el hombre se detuvo unos instantes mientras
trataba de respirar. Apenas podía hablar y un hilo de sangre brotaba de su
boca. Cuando pareció tomar aliento continuó con su relato―. Tras el paso de Zornik,
nos masacraron. Eran miles... Y esas bestias salvajes... los wolkurs... perros
endemoniados... creía que eran una leyenda ―y entre frase y frase tosía
vomitando sangre―. Se dirigen... se dirigen a Lothikaton. Todo está perdido...
Todo está perdido.
―¡No puede ser
cierto! ―contestó enfurecido Kiril―. Recibimos un mensaje del Puente de Piedra
sobre el paso de la caravana groning, pero no se hablaba en él de ninguna
batalla. Si fuisteis atacados, ¿por qué no enviasteis otro mensaje?
El hombre
trataba de hablar, pero cuanto más lo intentaba más se ahogaba. Durante unos
segundos inspiró aire bruscamente y nuevamente tosió sangre por su boca. Otra
vez inspiró, ahora más lentamente y trató de contestar a Kiril.
―Halcones.
Mataron a... a las palomas mensajeras. No pudimos avisaros. Eran muchos. Todo
está perdido... huid y esconderos ahora... todavía... todavía podéis salvaros.
Todo... todo está perdido― y sin poder respirar por más tiempo, el jinete helko
expiró. Sus ojos permanecieron abiertos, resistiéndose a abandonar el mundo de
los mortales, mientras un brillo de culpabilidad los iluminó por última vez.
―Que Nerlinguia
te conceda el descanso eterno ―dijo Kiril y cerrando los párpados inertes de
aquel hombre se volvió hacia sus amigos y les dijo―. Hemos sido traicionados
por los gronings. Mi padre lo presentía. Maldigo el día en el que Torko habló
con Zornik. Maldigo a todos los gronings.
―¡Fijaros! ―gritó
Oyvind y los demás le miraron con estupor―. ¡Mirad, allá a lo lejos! Debe ser
sobre Lothikaton, mirad aquel pájaro sobrevolando en círculos la ciudad.
Los demás no
conseguían ver nada, pues Oyvind siempre había tenido una vista privilegiada,
propia de un elfo, como solía decir bromeando su propia madre.
―¿Qué es lo que
ves? ―preguntó impaciente Kiril.
―Como os he
dicho ―continuó Oyvind―, un ave sobrevuela en círculos la ciudad. Pero de entre
los bosques que rodean a Lothikaton, han surgido otros pájaros que se mueven de
igual forma, como si danzasen algún extraño baile.
Sin que Oyvind
pudiera relatar más de lo que estaba ocurriendo, lejanos gritos que provenían
de diversos puntos estallaron al unísono resonando en todo el territorio
nerlingo.
―¡¡¡¡¡
Eeeeelllllyyyyy!!!!!
A continuación,
y sin solución de continuidad, el estremecedor sonido de cientos de tambores
retumbó en toda Jactinia. Tum, tum, tumtumtum. Tum, tum, tumtumtum. Tum,
tum, tumtumtum. Un sonido que no surcaba el aire desde hacía muchos años.
La llamada a la guerra de los tambores gronings. Sin que los perplejos jóvenes
reaccionaran, un anillo de fuego se encendió alrededor de la ciudad. Después de
unos segundos el fuego voló, ascendió hasta la cúpula del cielo, y cayó
despiadadamente sobre la ciudad y sus habitantes. La batalla de Lothikaton
había comenzado. Kiril, Maikel, Oyvind, Ingvar y Thelmor se miraron sin poder
salir de su asombro. No podían ni querían creer lo que estaba sucediendo. Las
fiestas por las nupcias del nuevo Rey se convertirían en trágicos funerales.
―Tomemos las
armas del árbol y dirijámonos con premura a nuestra capital ―dijo Kiril, quien
fue el primero en abandonar el letargo en el que todos habían caído―. No todo
está aún perdido ―añadió, y los demás asintieron.
Corrieron
poseídos por una extraña fuerza hasta el abeto y tomaron de él lanzas y
espadas, y por el sendero de la iokane se precipitaron hacia Lothikaton.
Minutos antes
en la capital nerlinga, Zornik, con un imperceptible movimiento de su brazo,
hizo que su halcón echase a volar. Esa era la señal que el grandioso ejército
de hombres y wolkurs esperaban para caer sobre Lothikaton. Días atrás el
ejército groning marchó a una prudencial distancia de la caravana del Rey para
no ser descubiertos. Una vez que Zornik franqueó el Puente de Piedra y constató
que el pequeño destacamento allí establecido había enviado el mensaje, elevó a
los cielos a su halcón traicionero para que su feroz ejército masacrase sin
piedad a los pocos pero valientes soldados nerlingos. Mirkiel, que era el
nombre del jinete helko que murió en los brazos de Kiril, herido de gravedad en
la batalla, fingió estar muerto, y tras el paso de las hordas gronings tomó uno
de los caballos de reserva y se embarcó en un viaje hacia la muerte tratando de
salvar a su pueblo. Su generoso esfuerzo parecía ahora baldío.
En Lothikaton
toda la nación nerlinga sintió que un sudor helado de muerte recorría su cuerpo
al oír aquel terrorífico grito. Solo los más ancianos lo recordaban y
comprendían su terrible significado. Luego llegaron los tambores y entonces, la
caravana groning se despojó de sus capas, bajo las cuales ocultaban las espadas
asesinas. Zornik, que permanecía sentado en el palco, se incorporó y gritó con
voz potente y penetrante en respuesta al grito de sus huestes.
―¡¡¡¡¡
Eeeeelllllyyyyy!!!!!
Seguidamente
desenfundó su espada y encaró a Torko, quien no salía de su asombro.
―¿Qué es todo
esto? ¡Estás rompiendo el pacto! ¡Has traicionado la confianza que depositamos
en ti! ― le inquiría atónito Torko.
―Tú eres quien ha
traicionado a tus súbditos ―respondió airadamente Zornik―. Tu codicia te ha
llevado a la
destrucción. Nunca jamás un groning compartirá su imperio con
un extranjero. Tú nos has servido en bandeja de plata el reinado sobre Tierra
Conocida. ¡Gracias y hasta siempre, engreído y estúpido nerlingo! ―y sin piedad
la hoja de su espada atravesó de lado a lado el cuerpo de Torko.
Zornik le
arrebató de entre sus manos moribundas el báculo de mando, la vara de marfil
símbolo de la soberanía nerlinga. Y allí, ensartado en su asiento, se apagaron para
siempre las ansias de poder del lacrag bunko.
Mientras Zornik
acababa con la vida del padre de Droko, la columna groning ya había comenzado a
cargar contra los indefensos aldeanos que allí se encontraban. Apenas unos quinientos
guerreros de los cinco clanes trataban a duras penas de contener la ofensiva
groning. El efecto sorpresa favorecía considerablemente a los traidores. Una
patrulla trató de defenderse encerrándose en el castillo, pero en el interior
de éste tropas groning los esperaban, ya que había quedado totalmente
desprotegido debido al falso acuerdo de paz alcanzado entre ambas naciones.
Un reguero de
fuego se propagaba en un anillo circundante a la ciudad. Las llamas se alzaron
frente a ellos y cayeron sobre la capital como si de la ira de los dioses se
tratara. Miles de flechas de fuego atravesaron a los que luchaban o trataban de
huir, también a los gronings, pero eso no importaba al cruel Zornik quien intentaba
que los cuatro lacrags corriesen la misma suerte del malogrado Torko. Éstos
huían del palco en busca de un arma con el que defenderse. Para Dulba fue
demasiado tarde, pues Zornik le lanzó su espada clavándosela por la espalda e
hiriéndole de muerte. Akrog, Thuma y Guilemin saltaron del palco sobre varios
gronings que protegían a Zornik. Guilemin le propinó un fuerte puñetazo a uno
de ellos, logrando arrebatarle su espada, con la que atravesó a otro de los
lacayos de la guardia del Rey. Akrog consiguió tomar otra espada que yacía al
lado del cuerpo sin vida de un soldado celko. Peor suerte corrió Thuma,
acorralado por tres gronings que le dieron muerte. Akrog y Guilemin se
acercaron y apoyaron espalda contra espalda.
―¡Redimamos el
error que hemos cometido! ¡Hasta la muerte! ―dijo Akrog.
―¡Hasta la muerte!
―dijo Guilemin, y finalizó diciendo― ¡Que Nerlinguia nos perdone y acoja en su
morada!
Y así cayeron
Akrog y Guilemin. Tras matar a una decena de hombres, Akrog agotado por el
esfuerzo comenzó a flaquear, y uno de los groning consiguió herirle en el
costado, lo que le hizo perder el equilibrio y caer al suelo. Sintió como sus
rodillas se anclaban definitivamente en la tierra que le vio nacer y reinar.
Escuchó la llamada de su diosa y a ella le encomendó la protección de su hijo.
Cerró los ojos queriendo guardar en sus retinas la imagen de Kiril junto a él
paseando por el Bosque de Alkos. Indefenso y entregado a los brazos de
Nerlinguia, Akrog fue rematado por uno de los Mariscales del Rey. Guilemin,
rodeado por el rey brujo y seis de sus esbirros, se lanzó en un último y desesperado
ataque contra Zornik, pero sin que pudiera llegar a él, dos espadas se clavaron
en su estómago. El círculo se abrió mientras Guilemin se tambaleaba. Zornik se
adelantó y, demostrando una malsana crueldad, le segó la vida cercenándole la
cabeza de un certero golpe. Era el último de los lacrags y la nación nerlinga
quedó huérfana de un líder que la guiase, abocada sin remedio a un trágico y
mortal destino.
El panorama era
dantesco. Miles de aldeanos y habitantes de los clanes yacían muertos por
doquier. De los cerca de quinientos guerreros nerlingos apenas si restaban ya
varias docenas y todo aquel que trataba de huir se encontraba rodeado por una
marea humana de gronings que estrechaban el círculo sobre Lothikaton. Los tambores no dejaban de sonar. Tum,
tum, tumtumtum. Tum, tum, tumtumtum. Tum, tum, tumtumtum. Las
lenguas de fuego caían ininterrumpidamente del cielo y las manadas de wolkurs,
bestias híbridas de lobos y demonios, daban buena cuenta de los asustados
fugitivos. En verdad el ejército groning era temible en cuantía y fiereza.
Poco a poco la
débil resistencia fue apagándose hasta no quedar un solo nerlingo en pie. Solo
unos cientos de personas habían logrado escapar de la masacre y se dirigían
hacia los burgos o los bosques cercanos. Sin embargo en las próximas horas
sufrirían la implacable persecución de los gronings. Zornik había logrado
diezmar en menos de una hora a la nación nerlinga, que aguardaba confiada y
desarmada el comienzo de los Nuevos Años. Ciertamente los Nuevos Años habían
comenzado, los años del terror y la destrucción.
Lothikaton
ardía en llamas. Las cabañas eran quemadas y saqueadas por la sed de
destrucción groning. Los cuerpos sin vida de los nerlingos eran profanados por
los wolkurs que los devoraban sin piedad. Los soldados también se apuntaron al
festín para celebrar su victoria, dando buena cuenta de las viandas y el biluk
preparados para las celebraciones nupciales. Parte del ala izquierda del
castillo comenzó a derrumbarse pasto del fuego. Grandes columnas de humo se
elevaban sobre Lothikaton. Y allí en lo alto, donde el humo no podía alcanzarlos,
el grupo de halcones continuaba bailando la danza de la muerte en honor al
ejército de Zornik.
Entretanto, el
Rey y varios soldados de su séquito personal se dirigieron hacia la incendiada
plaza central en la que todavía se alzaba majestuosa la estatua de la diosa Nerlinguia iluminada
por Ethril Eilalith, la llama imperecedera, aquella que fue traída desde lo más
profundo de la cúpula celeste por un blanco rayo el día en que Lothikaton fue
fundada, y que ahora seguía brillando orgullosa sobre la palma de la mano de la
diosa con nacarado fulgor, erigiéndose en el último bastión nerlingo. Zornik se
postró frente a ella y comenzó a recitar un maléfico conjuro. Trataba de
convertir en maldito, con su magia oscura, aquel lugar sagrado para los
nerlingos y volver negra la hermosa estatua tallada en piedra. Pero allí moraba
un halo de divinidad, un poder superior que se interponía en los propósitos del
rey brujo. Varias veces lo intentó, pero todas fueron en vano. Furioso por su
fracaso, levantó su espada y con ella destrozó la estatua de mármol y desplomó el
pedestal de plata sobre el que la llama imperecedera se contoneaba desafiante.
Pero a pesar de ser arrojada al suelo, Ethril Eilalith continuó ardiendo sobre
el suelo de Lothikaton, cumpliendo la
misión que le fue encomendada por la diosa Nerlinguia,
iluminar por siempre el destino de su pueblo bienamado. Impotente y frustrado
por no haber conseguido su objetivo, Zornik abandonó aquel lugar y mandó a sus
hombres quemar y destruir hasta el último símbolo que recordase al pueblo
nerlingo. Dictaminó también, que todos los supervivientes que fuesen capturados
serían desterrados al Valle de los Elothas, donde trabajarían como esclavos en
las minas de oro hasta el fin de sus días.
Bajo la tierra
que soportaba los fragmentos de la estatua de Nerlinguia, se encontraban
enterrados los Kolkars de los cinco clanes junto a un pedazo de una viga de
madera, madera con la cual la diosa construyó la primera Lothikaton,
el Lugar de Reunión de los Primeros
Nacidos. El hechizo de Zornik fracasó, ya que su poder no era aún tan poderoso
como para vencer a Nerlinguia. Todavía existía una pequeña esperanza para el
pueblo nerlingo; sólo con la ayuda de su diosa lograrían vencer al mal que día
a día emergía irrefrenable en Tierra Conocida.
Kiril, Maikel,
Thelmor, Oyvind e Ingvar corrían desesperados hacia Lothikaton. Entre los
árboles que jalonaban el camino, se erguían a lo lejos las enormes columnas de
humo que brotaban de las cabañas incendiadas. Sus corazones se encogieron y sintieron
flaquear sus fuerzas. Los ecos de la batalla se iban apagando lentamente.
Repentinamente Kiril recordó a su padre, al que había olvidado hasta ese
momento. Lo sintió como una ausencia, como si ya no morase aquellas fértiles
tierras. Y recordó lo que horas antes le había escrito:
El tiempo es el dios de nuestra diosa,
el tiempo es nuestro amo y señor,
el tiempo es el dueño de nuestra vida y libertad.
Hoy finaliza la mía y comienza la tuya.
Deja que el tiempo te guíe y aconseje,
deja que el tiempo te conduzca a tu destino.
Estas palabras
resonaron una y otra vez en sus oídos, hasta que ya no pudiendo soportarlo más,
detuvo su veloz carrera. Apoyó su cuerpo sobre el grueso tronco de un árbol y
rompió a llorar. Sus amigos sin saber muy bien lo que le ocurría, volvieron
sobre sus pasos y se acercaron a él.
―¿Qué te sucede
Kiril? ―preguntó Thelmor, mientras éste se enjugaba las lágrimas.
―Mi padre ―dijo―,
Akrog, hijo de Agroken, ha muerto. Lothikaton ha caído en manos de los
gronings.
―¡No caigas en
la desesperanza! ¡Ni tú ni yo lo sabemos! ¿Cómo puedes hacer tan funesta
afirmación? ―dijo Maikel―. Vayamos a la ciudad y comprobémoslo por nosotros
mismos. Y si todavía queda algún maldito groning con vida recordará para
siempre la fiereza alka ―sentenció con bravura.
Sin que
pudieran seguir hablando un grupo de unos veinte supervivientes, que remontaban
el valle en dirección a los burgos, les dieron alcance en su desesperada huida.
En ese grupo se hallaba Torilo.
―¡Maikel, hijo
mío! ¡Estás vivo! Pensé que te había ocurrido lo peor ―y se abrazó
emocionadamente a Maikel. Rápidamente se repuso y gritó al resto―. ¡Esperad, no
huyáis! ―los que corrían se detuvieron por unos instantes y prestaron atención.
Antes, Kiril interrogó a Torilo.
―Torilo, buen
amigo, ¿es cierto el presentimiento que tortura mi alma? ¿Ha muerto mi padre? ―y
lo dijo de una manera tan fría y serena que sorprendió al padre de Maikel. Torilo
le miró a los ojos y comprendió que no podía ocultarle la verdad.
―En efecto,
Kiril ―respondió con tristeza Torilo―. Tu padre murió como un héroe defendiendo
a su pueblo hasta que fue rodeado y asesinado por Zornik y los suyos. La misma
suerte corrieron los demás lacrags, incluso Torko, que murió a manos del propio
Zornik, al que él consideraba como un amigo ―hizo una ligera pausa y continuó―.
Lo que hemos vivido en Lothikaton ha sido una horrible visión del infierno.
Miles de gronings surgían de entre los campos y bosques, saqueaban y destruían
todo lo que encontraban a su paso. Solo unos pocos afortunados hemos conseguido
escapar. Pero nos persiguen esas bestias, nos persiguen para darnos caza ―finalizó
temeroso Torilo mientras Thelmor tomaba la palabra.
―Hermanos de
todos los clanes ―dijo―, aquí se encuentra nuestro nuevo lacrag y Rey, Kiril,
hijo de Akrog, quien nos dirigirá y guiará a partir de ahora para que algún día
podamos volver a recuperar la tierra que nos ha sido robada y construir sobre sus
cenizas el nuevo y sagrado Lugar de Reunión
de todos los nerlingos.
Todos
asintieron y miraron a Kiril, pero el miedo que se había adueñado de ellos era
mayor que la pequeña esperanza de la que Thelmor había hablado y nuevamente
reemprendieron apresuradamente la huida.
―¡Hermanos
nerlingos! ―gritó Kiril con voz potente―. Debemos reagruparnos y huir, pues en
la unión se halla nuestra fuerza. Volver con premura a vuestros burgos y correr
la voz entre los que allí encontréis. Decirles que esta noche todos los
supervivientes de los cinco clanes nos reuniremos en el Bosque de Alkos. Marchad
hasta Alkoburgo y tomad el camino que lleva hacia el bosque. Allí decidiremos
nuestro futuro.
No había Kiril
aún terminado de hablar, cuando varios de los allí presentes huyeron repentinamente
presas del pánico. A la vista apareció un grupo de doce personas perseguidos a
poca distancia por cuatro gronings y dos wolkurs. Torilo y seis hombres más
permanecieron al lado de Kiril y sus amigos.
―Nos
enfrentaremos a ellos. De otro modo esas personas morirán ―dijo Maikel.
―¡Adelante y
que Nerlinguia nos acompañe y proteja! ―dijo Kiril.
Kiril y sus
compañeros se lanzaron cuesta abajo contra los gronings. Los dos wolkurs se
abalanzaron sobre uno de los hombres desarmados y comenzaron a desgarrarle uno
de sus brazos. Maikel clavó su lanza en una de las bestias, matándola al
instante, mientras la otra mordía mortalmente el cuello de aquel hombre. Maikel
extrajo la lanza del cuerpo del animal, pero en ese momento el otro wolkur que
quedaba con vida se abalanzó sobre él clavando sus afiladas fauces en su brazo
izquierdo. Gracias a que Thelmor estaba atento a la pelea, le ensartó con su
espada dándole muerte. A pesar de ello, sus colmillos todavía apretaban con
fuerza el brazo de Maikel. Thelmor le ayudó, no sin dificultades, a zafarse de
las fauces de la bestia.
Mientras,
Kiril, Oyvind e Ingvar luchaban contra los cuatro gronings, apoyados por el
resto del grupo que se había armado con ramas de árbol. A pesar de encontrarse
en inferior número, los soldados gronings estaban mejor armados y entrenados, y
rápidamente dos de los nerlingos cayeron bajo sus espadas. Kiril luchaba
ferozmente con uno de ellos, al que hirió en un
brazo consiguiendo desarmarle y darle muerte. Oyvind también acabó con
otro, pero los dos restantes siguieron diezmando a los nerlingos, matando a
tres del grupo e hiriendo en el costado al viejo Torilo que cayó al suelo,
salvando su vida gracias a la rápida intervención de Ingvar, cuando uno de los
gronings ya se preparaba para asestarle el golpe final.
Poco a poco los
dos gronings se vieron acorralados y decidieron huir, no sin antes herir de
gravedad a otro aldeano. Sin embargo uno de ellos no lo consiguió, pues fue
atravesado por la diestra lanza de Maikel. En unos segundos perdieron de vista
al único superviviente.
Sin perder un
instante, el grupo se reunió e hizo recuento de bajas. Cinco nerlingos habían
muerto, por tres gronings y dos wolkur abatidos. Tomaron a los heridos y realizando
unos improvisados torniquetes, reanudaron rápidamente la marcha hacia
Alkoburgo. El resto de hombres que habían salido indemnes de la reyerta se
dirigió a los burgos, en las que reclutarían a los escasos supervivientes.
―Me preocupa lo
que ese soldado pueda contar a Zornik ―dijo Kiril―. No conoce nuestro plan,
pero informará de la resistencia que hemos opuesto y redoblarán la intensidad
de la cacería. Rezo
porque sigamos vivos al menos una noche más.
Kiril, Maikel,
Torilo y el pequeño grupo de nerlingos caminaron hacia Alkoburgo, como los
restos heridos de un gran ejército derrotado. Las montañas y bosques cercanos
de aquellas hasta ahora pacíficas y serenas tierras, veían alteradas su quietud
por los ecos del aliento y el resuello de cientos de nerlingos que huían
desesperadamente de la llamada de la muerte. Y sobre ellos, a solo unos kilómetros de
distancia, siete halcones bailaban en el cielo una macabra danza, el primero de
los bailes que llevaría a Tierra Conocida a convertirse en la Tierra de la Sombra.