domingo, 2 de noviembre de 2014

YA TENEMOS PORTADA PARA CRÓNICAS NERLINGAS II. EL SEXTO CLAN

Buenas a todos,

Ya hay portada para Crónicas Nerlingas II. El Sexto Clan. Tras barajar diferentes opciones y, aconsejado por expertos en Marketing, me he decantado por la que os muestro a continuación.
Espero que os guste y el libro aún más. La contraportada no os la enseño, pues incluye la sinopsis del mismo. Aún habrá que esperar a principios de Diciembre para tenerlo disponible en las librerías y poder desvelar el desenlace de la emboscada en la que cayeron Kiril, Maikel y Oyvind.
 
 
 
Y continuando con lo prometido, aquí tenéis el cuarto capítulo de Crónicas Nerlingas I. La Traición Groning. Tranquilos que ya queda menos...
 
      ―¡Alto, deténgase ante la guardia! ―gritó el centinela.
      ―Buenos días, soldado. No temas. Te habla tu lacrag ―respondió la sombra que se acercaba pausadamente por el pasillo que unía las dos almenas.
      ―Sin novedad en la guardia ―contestó con firmeza el centinela.
      ―Continúa con la vigilancia. Dentro de unas horas llegarán mis emisarios. Hacérmelo saber enseguida ―y escrutando el horizonte se dirigió hacia la otra almena.
      Aún no había amanecido, pero la impaciencia hacía horas que se había apoderado de Torko. Vagaba entre las almenas del castillo, buscando con su mirada errante algún vestigio de sus hombres en la lejanía de aquel adormilado paisaje. Anhelaba recibir el ansiado mensaje, la aprobación de su plan, el primer paso hacia el nuevo imperio, hacia el nuevo orden en Tierra Conocida. Pero ni el suave viento que ayudaba a elevar al sol de su lecho nocturno, conseguía devolver a Torko sus rutinarios pensamientos. No así a los otros lacrags, que lentamente comenzaban a despertarse sintiendo que se encontraban ante un día histórico para su pueblo. Uno a uno se encomendaron a su diosa, rogándole les ayudase a tomar la decisión correcta. Abrazaron sus kolkars y, leyendo la inscripción grabada en ellos, trataron de impregnarse de la sabiduría que recibieron los Primeros Nacidos. Meditaron unos segundos y besando la enseña, la guardaron cerca de sus agitados corazones.
      En Alkoburgo, Kiril miraba pensativo desde el umbral de la puerta de la cabaña en dirección a Lothikaton. Tras volver el día anterior del Bosque de Alkos con la madera y la carreta reparada, se percató que algo importante estaba ocurriendo en el Consejo de los Lacrags al no ver a su padre de regreso en casa. Deseaba con todo su corazón que su progenitor resolviese con diligencia los problemas que habían surgido y así pudiera descansar en paz y tranquilidad el resto de sus días. En casa de Torilo, Maikel, Oyvind e Ingvar desayunaban juntos, mientras divagaban sobre lo que pudiera estar sucediendo en la capital. En el resto de burgos se escuchaban todo tipo de rumores. El alma de la nación nerlinga comenzaba a estremecerse.
      Akrog salió de su habitación y, al igual que horas antes hiciera Torko, se dirigió a una de las almenas del castillo. La rutina de sus tres últimos años como regente en Lothikaton, le llevó a contemplar el ocaso del amanecer desde tan privilegiada atalaya. La luz había vencido como todas las mañanas a la oscuridad y nuevamente pudo contemplar la belleza de la región de Jactinia. El viejo lacrag admiraba absorto el paisaje y solo unos negros nubarrones que avanzaban en dirección a la capital ensombrecían su placentera visión. Parecía como si aquellas nubes fueran unos improvisados compañeros de viaje de los emisarios de Torko en su galope hacia Lothikaton.
      Thuma, Dulba, Guilemin y Akrog se reunieron en el comedor para reponer fuerzas. El descanso había aclarado sus ideas, sumergidas la noche anterior bajo un cúmulo de interminables razonamientos. Incluso el irascible Guilemin con el nuevo día había suavizado notablemente su postura. Tal fue el efecto balsámico de la noche de Lothikaton, que hasta Torko se unió a ellos.
      ―Pareciese como si Nerlinguia nos enviase una señal. Acordaros de la leyenda de los Primeros Nacidos y de cómo surgió Lothikaton ―comentaba Thuma.
      ―En efecto, un día en nuestra capital me ha hecho ver de una manera más razonable el plan de Torko ―dijo Dulba.
      ―Pero bien convendrás con nosotros, Torko, que la iniciativa que tomaste sin ni siquiera consultarnos fue arriesgada e irresponsable, impropia de un regente ―dijo Akrog―. Permíteme además que mantenga una duda razonable sobre si tus intenciones anhelan realmente la paz o si también buscas el poder de un gran imperio ―dijo Akrog.
      ―Ratifico plenamente tus palabras ―añadió al instante Guilemin. Hubo una ligera pausa pero rápidamente Torko tomó la palabra.
      ―Mis amigos, como bien relaté ayer, mi plan consiste en lograr la paz definitiva con la nación groning, y así evitar la interminable sangría de vidas debido a las contiendas entre nuestros ejércitos. Por otra parte, uniendo nuestras fuerzas, seremos el pueblo más poderoso de toda la región de Jactinia y probablemente de toda Tierra Conocida. La fuerza y el poder provocarán el miedo en los demás y nadie osará enfrentarnos. Nuestra nación tendrá un futuro colmado de paz y prosperidad.
      ―No creo que sea el miedo la moneda de cambio que debamos utilizar con los demás pueblos vecinos ―respondió Akrog―. Sí, por el contrario, la amistad. De otra forma sembraremos en ellos las semillas del árbol del odio, y un día, quizás no muy lejano, los frutos que broten de él se volverán contra nosotros ―finalizó sabiamente el lacrag alko.
      ―Fuerza, amistad, intercambio, poder, ¿qué diferencia hay si logramos conseguir de ellos el respeto y el temor? ―dijo Torko―. No os equivoquéis hermanos nerlingos, pues muchos de los que hoy moran alrededor nuestro son lobos vestidos con piel de pacíficas ovejas, envidiando nuestra situación, nuestras tierras, y no dudarían lo más mínimo en tratar de eliminarnos si la ocasión fuese propicia. Por ello debemos mirar hacia el futuro y aprovechar esta oportunidad única que se nos presenta.
      ―De acuerdo, esperemos pues la llegada de tus emisarios ―respondió Akrog.
      Torko se levantó y despidiéndose se encaminó nuevamente a las almenas del castillo, incapaz de controlar su impaciencia por las noticias que traerían sus hombres. Los demás lacrags permanecieron sentados terminando los últimos restos del ya frío desayuno. Akrog reflexionaba sobre todo lo hablado y siempre sus conclusiones confluían en un mismo punto: el deseo de poder de Torko. Él conocía bien al lacrag bunko, y aunque siempre había sido ambicioso, nunca hubiera pensado que su codicia llegase a esos límites. Desde la Ceremonia del Tránsito algo había llamado especialmente su atención, la mirada de Torko, increíblemente fija y penetrante, las pupilas completamente dilatadas. Akrog comenzó a sospechar sobre la posibilidad de que Torko hubiera tenido un encuentro personal con Zornik, a quien su reputación de maestro en artes oscuras le precedía. ¿Habría hechizado Zornik a Torko? ¿Se habría apropiado de su voluntad? Comentó sus sospechas con Thuma, Dulba y Guilemin, pero ellos no otorgaban a Zornik semejante destreza en la magia oscura. Ambicioso y soberbio ya era Torko antes de urdir ese plan, fue la respuesta que recibió de los otros.
      Una vez terminaron de desayunar salieron al exterior y pasearon alrededor del castillo. Se acercaron a la orilla del Lago Argul y contemplaron sus cristalinas aguas. El día era claro, pero unos negros nubarrones se aproximaban a gran velocidad hacia Lothikaton. Sin que ellos lo supieran, eran los guardianes del mensaje de Zornik.
      Al cabo de una hora, el potente sonido de un cuerno resonó en la campiña. Eran los emisarios de Torko que se acercaban al castillo. Inmediatamente otro cuerno contestó desde las almenas. Cuando apenas hacía unos segundos que se había apagado el eco de la llamada, surgieron de entre los árboles del bosquecillo próximo al castillo un grupo de diez hombres a caballo ataviados con negras vestiduras. Una vez estuvieron próximos a las puertas de entrada, Akrog distinguió inequívocamente al bunko que descubrió su carreta en el Bosque de Alkos y que amenazó con matarlos si lograba encontrarlos. Rápidamente los lacrags volvieron al castillo para oír de boca de Torko el contenido del mensaje de Zornik. La calma de la apacible mañana se había quebrado repentinamente. Las negras nubes habían llegado a Lothikaton y una fina pero constante lluvia comenzaba a caer desde el cielo. Todo pareció tornarse de una bruna oscuridad, como queriendo recordar a la nación nerlinga que su destino se encontraba bajo el signo bunko.
      Akrog, Thuma, Dulba y Guilemin se habían dirigido presurosamente hacia el interior del castillo, donde ya les esperaba Torko con un pergamino lacrado en sus manos. A su derecha se encontraba el jefe del grupo al que Akrog miraba con el ceño fruncido.
      ―Antes de proceder a leer el mensaje, te diré Akrog, que efectivamente mis hombres avistaron una carreta en el exterior del Bosque de Alkos, pero que su única intención fue la de ayudar a sus propietarios, nunca la de matarlos ―habló Torko con tono conciliador.
      ―Quizás mi oído me traicionó, pero juraría que no fue precisamente acudir en nuestro auxilio la intención del bunko ―respondió Akrog.
      ―Mi señor, si me disculpa deseo ir a descansar. Estoy agotado por el viaje. No es este el mejor momento para discutir sobre algo que no ha ocurrido. Nadie ha resultado muerto, pues mi misión no era asesinar a nadie, sino recoger un mensaje ―dijo el bunko sin atreverse a mirar a los ojos de Akrog.
      ―Te dispenso. Tómate tu merecido descanso, pues has cumplido con éxito la misión que te fue encomendada ―dijo Torko.
      El jefe de la partida bunka abandonó la sala. Akrog, conteniendo su rabia, no respondió a aquellas palabras, aunque sabía que el jinete mentía. Torko retomó la conversación.
      ―En mis manos tengo el manuscrito que cambiará el destino de nuestra nación. Nos encontramos, mis queridos hermanos, ante un momento histórico. Seremos recordados por nuestro pueblo como los hombres más notables tras los Primeros Nacidos, aquellos que lograron llevar a los nerlingos a las más altas cotas de grandeza y riqueza.
      Los ojos de Torko brillaron nuevamente con la misma fuerza que lo habían hecho al tener en su poder el báculo de mando días atrás. Suave pero vigorosamente a la vez, comenzó a abrir y desplegar el pergamino de color ocre que el Rey de los gronings le enviaba. Observó con detenimiento unos segundos el manuscrito y lo leyó en voz alta a los otros lacrags. El mensaje decía:
Para Torko, Rey de los nerlingos
Varios cientos de lunas atrás, llamaste a mi puerta buscando la paz y la hermandad. Yo me resistí a creerte, hasta que con tus actos despejaste las sombras que envolvían tu propuesta. Eres noble y de gran corazón, el mejor líder para la nación nerlinga. Yo ya he olvidado mi odio hacia vuestro pueblo y lo he transformado en amistad. Prueba de ello es mi ofrenda, mi tesoro más preciado, mi hija Ihola, la cual entrego a uno de los hijos de Nerlinguia sin ninguna concesión, para sellar definitivamente un pacto de sangre que cierre las heridas abiertas y hermane a nuestros pueblos. Confío que tu bondad y sabiduría logre persuadir, como has hecho conmigo, al resto de clanes nerlingos. Juntos caminaremos por la senda de la vida y los límites de nuestra nación abarcarán el fatigoso caminar del sol, desde su ascensión hasta su puesta.
Dentro de treinta lunas cabalgaré hacia Lothikaton para celebrar la mayor fiesta que jamás el mundo haya conocido, en honor a mi hija y a su esposo y por ende a nuestros pueblos. Tres días de fiesta ininterrumpida sellarán ante los ojos de los dioses nuestra unión. Hasta ese día, os deseo la mejor de las venturas.
Zornik, Rey de los gronings
      Boquiabiertos quedaron los cuatro lacrags tras el mensaje de Zornik. Fue Guilemin el primero en salir de ese estado.
      ―Amigos, creo que todos compartís conmigo la extrañeza e incredulidad ante el mensaje que acabamos de escuchar de boca de Torko. El cruel y sanguinario Rey de los gronings súbitamente se ha transformado en un trovador que deleita nuestros oídos con sonatas de amor. Permitidme que dude de la veracidad de ese mensaje o por lo menos de los propósitos que tras él se esconden.
      ―Ratifico plenamente la opinión de Guilemin ―añadió Akrog.
      Dulba y Thuma seguían sin reaccionar. Fue entonces cuando Torko trató de convencerles de lo real que era el mensaje.
      ―Comprendo perfectamente vuestra reacción ―dijo―, pues tras años de guerras con los gronings, un mensaje como éste puede sonar a engaño. Pero debéis creerme cuando os digo que al hablar personalmente con Zornik, pude ver el hastío que le envolvía por esta larga enemistad. Él me mostró sus verdaderos sentimientos y al realizarle la propuesta del pacto, pude comprobar cómo un rayo de esperanza envolvía su rostro. Fue iniciativa suya el sellar el pacto de una manera definitiva, entregando a su hija Ihola a uno de nuestros hijos.
      ―Torko ―interrumpió Akrog―, el paso que sugieres que demos cambiará irremediablemente el devenir de nuestras vidas, es por ello que quiero formularte una pregunta. ¿Verdaderamente crees que los gronings respetarán el pacto de sangre y no tratarán de destruirnos una vez que se introduzcan en nuestras tierras, en nuestras vidas, en nuestras familias?
      ―Te responderé sin ningún titubeo, Akrog ―dijo Torko―. Zornik y los suyos han comprendido que la lucha que nos enfrenta es un esfuerzo baldío que no conduce más que a un lento debilitamiento de su pueblo. Están absolutamente convencidos que uniendo nuestras fuerzas seremos el pueblo más poderoso de Tierra Conocida con lo que  nadie se atreverá a desafiarnos, obteniendo esa paz y prosperidad de la que tanto estamos hablando durante estos dos últimos días. Confiad en mi ―decía tratando de mostrarse dulce y convincente al mismo tiempo―. Sellemos el pacto y comprobaréis como durante miles y miles de lunas nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos vivirán felices bajo la protección de un gran imperio.
      Las palabras de Torko sonaron coherentes a los oídos de los lacrags, menos impregnadas de poder y de codicia, con un importante poso de cordura. Ya no tenían tan claras sus posturas y la balanza se iba inclinando a favor del pacto con los gronings.
      ―Opino que es hora de convocar nuevamente el Consejo de los Lacrags, quizás el más trascendental que jamás se haya dado en la historia de nuestro pueblo ―dijo solemnemente Dulba.
      ―Que así sea ―respondió con firmeza Torko, regente nerlingo.
      Los cinco lacrags ocuparon por segunda vez desde su llegada a Lothikaton el sextante que les correspondía en la sala del consejo. La estatua de la diosa Nerlinguia, colocada sobre la runa K, presidía la mesa hexagonal. Los lacrags la buscaban incesantemente con su mirada, tratando de hallar una luz, que como un faro en la tormenta, les iluminase ante la trascendental decisión que debían tomar.
      La conversación fue corta, al contrario que en los debates previos, por lo que se llegó con prontitud al punto culminante: la votación de la propuesta. Debían decidir si aceptar o no el pacto, con las limitaciones acordadas la víspera. Para aprobarlo, sería necesaria la unanimidad de todos de ellos. Torko tomó la palabra y fue el primero en dar su voto.
      ―Yo, Torko, lacrag del clan bunko, apoyo el pacto de sangre con la nación groning, por los beneficios que reportará a nuestro pueblo.
      Tras el primer voto se produjo un atronador silencio. Nadie se atrevía a hablar una vez que Torko se había pronunciado. Fue Dulba, quien titubeante, se animó a exponer su voto:
      ―Yo, Dulba, lacrag del clan celko, descendiente de Borbul Ojo de Águila, azote de los gronings, apoyo el pacto de sangre para que ningún descendiente de mi clan deba vivir otra sangrienta batalla como la sufrida en Bosque Verde.
      Al oír el voto de Dulba, Torko comenzó a esbozar una ligera sonrisa. Sus razonamientos habían calado en el corazón de los otros lacrags y comenzaban a dar sus frutos. Fue Thuma quien recogió el testigo del lacrag celko.
      ―Yo, Thuma, lacrag del clan helko, apoyo el pacto de sangre siempre y cuando se respeten las restricciones pactadas el día de ayer por los demás miembros de este consejo. Otorgo mi voto a la esperanza de un futuro sin guerras ni odios entre los pueblos de Jactinia y Tierra Conocida.
      La sonrisa de Torko, que en un inicio fue un simple esbozo, se alargaba ahora por su rostro, mientras el brillo de sus ojos aumentaba por momentos. Ya solo faltaban por pronunciarse Guilemin y Akrog. Fue el primero de ellos el que tomó la palabra.
      ―Yo, Guilemin, lacrag del clan bilko, y ante las dudas que me embargan, no puedo pronunciarme ni a favor ni en contra del pacto de sangre con  los gronings. Al mismo tiempo veo paz y prosperidad, como también guerra y muerte. La balanza del clan bilko no puede decantarse por una opción. No obstante, y consciente de lo trascendental de este consejo, pongo en manos de la mayoría la decisión a adoptar, la cual acataré sin poner ninguna traba, tanto sea en un sentido como en otro.
      Tras las palabras de Guilemin, el voto de Akrog sería definitivo. Toda la responsabilidad recaía ahora sobre él. Akrog sentía como el peso de los años ahogaba su corazón. Una vez más debería elegir el camino que tendría que seguir el pueblo nerlingo. Pensó en Kiril, en su clan, en las vidas que llegarían al mundo en los años venideros. Todo ello pasó por su mente durante unos segundos a gran velocidad. Torko comenzaba a impacientarse y dirigiéndose a él dijo:
      ―Todos aguardamos el voto del lacrag alko.
      Akrog alzó su mirada y la fijó en los ojos de Torko, tratando a través de ellos de escrutar una última vez su corazón. Pero aquellos ojos eran opacos, un espejo que devolvía la mirada de Akrog al interior de su propio corazón, cada vez más henchido por la carga que soportaba. Finalmente, desoyendo a los recuerdos e imágenes que en los últimos días habían sido fieles compañeros de viaje, dijo con voz entrecortada:
      ―Yo, Akrog, lacrag del clan alko, apoyo con las restricciones convenidas ayer, el pacto de sangre con el pueblo groning. Grandes reticencias me ofrece el mismo, pero trato con mi apoyo de buscar lo mejor para nuestra nación. Que Nerlinguia me perdone si mi decisión ha sido equivocada y con ella conduzco a mis hermanos por la senda del dolor.
      Así pues, la suerte estaba echada. Con los cuatro votos favorables de Torko, Thuma, Dulba y Akrog, y la adhesión de Guilemin a la propuesta mayoritaria, el pacto con los gronings era ya un hecho. Y si Torko trataba de ocultar sin conseguirlo, la alegría por el apoyo a su plan, Akrog se encerró en sí mismo, debatiéndose la nave de su razón en un inmenso y agitado mar de dudas. Si en algún momento pensó que tomando una decisión lograría aplacar su alma, rápidamente se percató que se había equivocado de pleno.
      La reunión de los cinco lacrags continuó durante unas horas más, en las que se discutió sobre la comunicación de su decisión a Zornik, sobre el día en que los gronings acudiesen a Lothikaton, sobre la boda con Ihola, sobre la iokane, sobre los festejos y celebraciones posteriores al enlace y sobre la convivencia futura de los dos pueblos. Pero solo cuatro de los contertulios hablaban, pues desde el momento en que Akrog se pronunció sobre el pacto, se mantenía ausente, asemejándose a una estatua que decorase la estancia.
      En el exterior, las nubes que encapotaban el cielo de Lothikaton, descargaban una torrencial lluvia sobre la ciudad. Era el primer presente de Zornik al pueblo nerlingo.
           

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