Ya hay portada para Crónicas Nerlingas II. El Sexto Clan. Tras barajar diferentes opciones y, aconsejado por expertos en Marketing, me he decantado por la que os muestro a continuación.
Espero que os guste y el libro aún más. La contraportada no os la enseño, pues incluye la sinopsis del mismo. Aún habrá que esperar a principios de Diciembre para tenerlo disponible en las librerías y poder desvelar el desenlace de la emboscada en la que cayeron Kiril, Maikel y Oyvind.
Y continuando con lo prometido, aquí tenéis el cuarto capítulo de Crónicas Nerlingas I. La Traición Groning. Tranquilos que ya queda menos...
―¡Alto, deténgase ante la guardia! ―gritó el centinela.
―Buenos días,
soldado. No temas. Te habla tu lacrag ―respondió la sombra que se acercaba
pausadamente por el pasillo que unía las dos almenas.
―Sin novedad en
la guardia ―contestó con firmeza el centinela.
―Continúa con la vigilancia. Dentro
de unas horas llegarán mis emisarios. Hacérmelo saber enseguida ―y escrutando
el horizonte se dirigió hacia la otra almena.
Aún no había
amanecido, pero la impaciencia hacía horas que se había apoderado de Torko.
Vagaba entre las almenas del castillo, buscando con su mirada errante algún
vestigio de sus hombres en la lejanía de aquel adormilado paisaje. Anhelaba
recibir el ansiado mensaje, la aprobación de su plan, el primer paso hacia el
nuevo imperio, hacia el nuevo orden en Tierra Conocida. Pero ni el suave viento
que ayudaba a elevar al sol de su lecho nocturno, conseguía devolver a Torko
sus rutinarios pensamientos. No así a los otros lacrags, que lentamente
comenzaban a despertarse sintiendo que se encontraban ante un día histórico
para su pueblo. Uno a uno se encomendaron a su diosa, rogándole les ayudase a
tomar la decisión correcta. Abrazaron sus kolkars y, leyendo la inscripción
grabada en ellos, trataron de impregnarse de la sabiduría que recibieron los
Primeros Nacidos. Meditaron unos segundos y besando la enseña, la guardaron
cerca de sus agitados corazones.
En Alkoburgo,
Kiril miraba pensativo desde el umbral de la puerta de la cabaña en dirección a
Lothikaton. Tras volver el día anterior del Bosque de Alkos con la madera y la
carreta reparada, se percató que algo importante estaba ocurriendo en el Consejo
de los Lacrags al no ver a su padre de regreso en casa. Deseaba con todo su
corazón que su progenitor resolviese con diligencia los problemas que habían
surgido y así pudiera descansar en paz y tranquilidad el resto de sus días. En
casa de Torilo, Maikel, Oyvind e Ingvar desayunaban juntos, mientras divagaban
sobre lo que pudiera estar sucediendo en la capital. En el resto
de burgos se escuchaban todo tipo de rumores. El alma de la nación nerlinga
comenzaba a estremecerse.
Akrog salió de
su habitación y, al igual que horas antes hiciera Torko, se dirigió a una de
las almenas del castillo. La rutina de sus tres últimos años como regente en
Lothikaton, le llevó a contemplar el ocaso del amanecer desde tan privilegiada
atalaya. La luz había vencido como todas las mañanas a la oscuridad y
nuevamente pudo contemplar la belleza de la región de Jactinia. El viejo lacrag
admiraba absorto el paisaje y solo unos negros nubarrones que avanzaban en
dirección a la capital ensombrecían su placentera visión. Parecía como si
aquellas nubes fueran unos improvisados compañeros de viaje de los emisarios de
Torko en su galope hacia Lothikaton.
Thuma, Dulba,
Guilemin y Akrog se reunieron en el comedor para reponer fuerzas. El descanso
había aclarado sus ideas, sumergidas la noche anterior bajo un cúmulo de interminables
razonamientos. Incluso el irascible Guilemin con el nuevo día había suavizado notablemente
su postura. Tal fue el efecto balsámico de la noche de Lothikaton, que hasta
Torko se unió a ellos.
―Pareciese como
si Nerlinguia nos enviase una señal. Acordaros de la leyenda de los Primeros
Nacidos y de cómo surgió Lothikaton ―comentaba Thuma.
―En efecto, un
día en nuestra capital me ha hecho ver de una manera más razonable el plan de Torko
―dijo Dulba.
―Pero bien
convendrás con nosotros, Torko, que la iniciativa que tomaste sin ni siquiera
consultarnos fue arriesgada e irresponsable, impropia de un regente ―dijo Akrog―.
Permíteme además que mantenga una duda razonable sobre si tus intenciones
anhelan realmente la paz o si también buscas el poder de un gran imperio ―dijo
Akrog.
―Ratifico
plenamente tus palabras ―añadió al instante Guilemin. Hubo una ligera pausa
pero rápidamente Torko tomó la palabra.
―Mis amigos,
como bien relaté ayer, mi plan consiste en lograr la paz definitiva con la
nación groning, y así evitar la interminable sangría de vidas debido a las
contiendas entre nuestros ejércitos. Por otra parte, uniendo nuestras fuerzas,
seremos el pueblo más poderoso de toda la región de Jactinia y probablemente de
toda Tierra Conocida. La fuerza y el poder provocarán el miedo en los demás y
nadie osará enfrentarnos. Nuestra nación tendrá un futuro colmado de paz y
prosperidad.
―No creo que
sea el miedo la moneda de cambio que debamos utilizar con los demás pueblos
vecinos ―respondió Akrog―. Sí, por el contrario, la amistad. De otra forma
sembraremos en ellos las semillas del árbol del odio, y un día, quizás no muy
lejano, los frutos que broten de él se volverán contra nosotros ―finalizó
sabiamente el lacrag alko.
―Fuerza,
amistad, intercambio, poder, ¿qué diferencia hay si logramos conseguir de ellos
el respeto y el temor? ―dijo Torko―. No os equivoquéis hermanos nerlingos, pues
muchos de los que hoy moran alrededor nuestro son lobos vestidos con piel de
pacíficas ovejas, envidiando nuestra situación, nuestras tierras, y no dudarían
lo más mínimo en tratar de eliminarnos si la ocasión fuese propicia. Por ello
debemos mirar hacia el futuro y aprovechar esta oportunidad única que se nos
presenta.
―De acuerdo,
esperemos pues la llegada de tus emisarios ―respondió Akrog.
Torko se
levantó y despidiéndose se encaminó nuevamente a las almenas del castillo,
incapaz de controlar su impaciencia por las noticias que traerían sus hombres.
Los demás lacrags permanecieron sentados terminando los últimos restos del ya
frío desayuno. Akrog reflexionaba sobre todo lo hablado y siempre sus
conclusiones confluían en un mismo punto: el deseo de poder de Torko. Él
conocía bien al lacrag bunko, y aunque siempre había sido ambicioso, nunca
hubiera pensado que su codicia llegase a esos límites. Desde la Ceremonia del Tránsito
algo había llamado especialmente su atención, la mirada de Torko,
increíblemente fija y penetrante, las pupilas completamente dilatadas. Akrog
comenzó a sospechar sobre la posibilidad de que Torko hubiera tenido un
encuentro personal con Zornik, a quien su reputación de maestro en artes
oscuras le precedía. ¿Habría hechizado Zornik a Torko? ¿Se habría apropiado de
su voluntad? Comentó sus sospechas con Thuma, Dulba y Guilemin, pero ellos no
otorgaban a Zornik semejante destreza en la magia oscura. Ambicioso y soberbio
ya era Torko antes de urdir ese plan, fue la respuesta que recibió de los
otros.
Una vez
terminaron de desayunar salieron al exterior y pasearon alrededor del castillo.
Se acercaron a la orilla del Lago Argul y contemplaron sus cristalinas aguas.
El día era claro, pero unos negros nubarrones se aproximaban a gran velocidad
hacia Lothikaton. Sin que ellos lo supieran, eran los guardianes del mensaje de
Zornik.
Al cabo de una
hora, el potente sonido de un cuerno resonó en la campiña. Eran los
emisarios de Torko que se acercaban al castillo. Inmediatamente otro cuerno
contestó desde las almenas. Cuando apenas hacía unos segundos que se había
apagado el eco de la llamada, surgieron de entre los árboles del bosquecillo
próximo al castillo un grupo de diez hombres a caballo ataviados con negras
vestiduras. Una vez estuvieron próximos a las puertas de entrada, Akrog
distinguió inequívocamente al bunko que descubrió su carreta en el Bosque de
Alkos y que amenazó con matarlos si lograba encontrarlos. Rápidamente los
lacrags volvieron al castillo para oír de boca de Torko el contenido del
mensaje de Zornik. La calma de la apacible mañana se había quebrado
repentinamente. Las negras nubes habían llegado a Lothikaton y una fina pero
constante lluvia comenzaba a caer desde el cielo. Todo pareció tornarse de una
bruna oscuridad, como queriendo recordar a la nación nerlinga que su destino se
encontraba bajo el signo bunko.
Akrog, Thuma,
Dulba y Guilemin se habían dirigido presurosamente hacia el interior del
castillo, donde ya les esperaba Torko con un pergamino lacrado en sus manos. A
su derecha se encontraba el jefe del grupo al que Akrog miraba con el ceño
fruncido.
―Antes de
proceder a leer el mensaje, te diré Akrog, que efectivamente mis hombres
avistaron una carreta en el exterior del Bosque de Alkos, pero que su única
intención fue la de ayudar a sus propietarios, nunca la de matarlos ―habló
Torko con tono conciliador.
―Quizás mi oído
me traicionó, pero juraría que no fue precisamente acudir en nuestro auxilio la
intención del bunko ―respondió Akrog.
―Mi señor, si
me disculpa deseo ir a descansar. Estoy agotado por el viaje. No es este el
mejor momento para discutir sobre algo que no ha ocurrido. Nadie ha resultado
muerto, pues mi misión no era asesinar a nadie, sino recoger un mensaje ―dijo
el bunko sin atreverse a mirar a los ojos de Akrog.
―Te dispenso.
Tómate tu merecido descanso, pues has cumplido con éxito la misión que te fue
encomendada ―dijo Torko.
El jefe de la
partida bunka abandonó la
sala. Akrog , conteniendo su rabia, no respondió a aquellas
palabras, aunque sabía que el jinete mentía. Torko retomó la conversación.
―En mis manos
tengo el manuscrito que cambiará el destino de nuestra nación. Nos encontramos,
mis queridos hermanos, ante un momento histórico. Seremos recordados por
nuestro pueblo como los hombres más notables tras los Primeros Nacidos,
aquellos que lograron llevar a los nerlingos a las más altas cotas de grandeza
y riqueza.
Los ojos de
Torko brillaron nuevamente con la misma fuerza que lo habían hecho al tener en
su poder el báculo de mando días atrás. Suave pero vigorosamente a la vez,
comenzó a abrir y desplegar el pergamino de color ocre que el Rey de los
gronings le enviaba. Observó con detenimiento unos segundos el manuscrito y lo
leyó en voz alta a los otros lacrags. El mensaje decía:
Para Torko, Rey de los nerlingos
Varios cientos de lunas atrás, llamaste a mi
puerta buscando la paz y la
hermandad. Yo me resistí a creerte, hasta que con tus actos
despejaste las sombras que envolvían tu propuesta. Eres noble y de gran
corazón, el mejor líder para la nación nerlinga. Yo ya he olvidado mi odio
hacia vuestro pueblo y lo he transformado en amistad. Prueba de ello es mi
ofrenda, mi tesoro más preciado, mi hija Ihola, la cual entrego a uno de los
hijos de Nerlinguia sin ninguna concesión, para sellar definitivamente un pacto
de sangre que cierre las heridas abiertas y hermane a nuestros pueblos. Confío
que tu bondad y sabiduría logre persuadir, como has hecho conmigo, al resto de
clanes nerlingos. Juntos caminaremos por la senda de la vida y los límites de
nuestra nación abarcarán el fatigoso caminar del sol, desde su ascensión hasta
su puesta.
Dentro de treinta lunas cabalgaré hacia
Lothikaton para celebrar la mayor fiesta que jamás el mundo haya conocido, en
honor a mi hija y a su esposo y por ende a nuestros pueblos. Tres días de
fiesta ininterrumpida sellarán ante los ojos de los dioses nuestra unión. Hasta
ese día, os deseo la mejor de las venturas.
Zornik, Rey de los gronings
Boquiabiertos
quedaron los cuatro lacrags tras el mensaje de Zornik. Fue Guilemin el primero
en salir de ese estado.
―Amigos, creo
que todos compartís conmigo la extrañeza e incredulidad ante el mensaje que
acabamos de escuchar de boca de Torko. El cruel y sanguinario Rey de los
gronings súbitamente se ha transformado en un trovador que deleita nuestros
oídos con sonatas de amor. Permitidme que dude de la veracidad de ese mensaje o
por lo menos de los propósitos que tras él se esconden.
―Ratifico
plenamente la opinión de Guilemin ―añadió Akrog.
Dulba y Thuma
seguían sin reaccionar. Fue entonces cuando Torko trató de convencerles de lo
real que era el mensaje.
―Comprendo
perfectamente vuestra reacción ―dijo―, pues tras años de guerras con los
gronings, un mensaje como éste puede sonar a engaño. Pero debéis creerme cuando
os digo que al hablar personalmente con Zornik, pude ver el hastío que le
envolvía por esta larga enemistad. Él me mostró sus verdaderos sentimientos y
al realizarle la propuesta del pacto, pude comprobar cómo un rayo de esperanza
envolvía su rostro. Fue iniciativa suya el sellar el pacto de una manera definitiva,
entregando a su hija Ihola a uno de nuestros hijos.
―Torko ―interrumpió
Akrog―, el paso que sugieres que demos cambiará irremediablemente el devenir de
nuestras vidas, es por ello que quiero formularte una pregunta. ¿Verdaderamente
crees que los gronings respetarán el pacto de sangre y no tratarán de destruirnos
una vez que se introduzcan en nuestras tierras, en nuestras vidas, en nuestras
familias?
―Te responderé
sin ningún titubeo, Akrog ―dijo Torko―. Zornik y los suyos han comprendido que
la lucha que nos enfrenta es un esfuerzo baldío que no conduce más que a un
lento debilitamiento de su pueblo. Están absolutamente convencidos que uniendo
nuestras fuerzas seremos el pueblo más poderoso de Tierra Conocida con lo
que nadie se atreverá a desafiarnos,
obteniendo esa paz y prosperidad de la que tanto estamos hablando durante estos
dos últimos días. Confiad en mi ―decía tratando de mostrarse dulce y
convincente al mismo tiempo―. Sellemos el pacto y comprobaréis como durante
miles y miles de lunas nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos vivirán
felices bajo la protección de un gran imperio.
Las palabras de
Torko sonaron coherentes a los oídos de los lacrags, menos impregnadas de poder
y de codicia, con un importante poso de cordura. Ya no tenían tan claras sus
posturas y la balanza se iba inclinando a favor del pacto con los gronings.
―Opino que es
hora de convocar nuevamente el Consejo de los Lacrags, quizás el más
trascendental que jamás se haya dado en la historia de nuestro pueblo ―dijo
solemnemente Dulba.
―Que así sea ―respondió
con firmeza Torko, regente nerlingo.
Los cinco lacrags
ocuparon por segunda vez desde su llegada a Lothikaton el sextante que les
correspondía en la sala del consejo. La estatua de la diosa Nerlinguia ,
colocada sobre la runa K ,
presidía la mesa hexagonal. Los lacrags la buscaban incesantemente con su
mirada, tratando de hallar una luz, que como un faro en la tormenta, les
iluminase ante la trascendental decisión que debían tomar.
La conversación
fue corta, al contrario que en los debates previos, por lo que se llegó con
prontitud al punto culminante: la votación de la propuesta. Debían
decidir si aceptar o no el pacto, con las limitaciones acordadas la víspera. Para
aprobarlo, sería necesaria la unanimidad de todos de ellos. Torko tomó la
palabra y fue el primero en dar su voto.
―Yo, Torko,
lacrag del clan bunko, apoyo el pacto de sangre con la nación groning, por los
beneficios que reportará a nuestro pueblo.
Tras el primer
voto se produjo un atronador silencio. Nadie se atrevía a hablar una vez que
Torko se había pronunciado. Fue Dulba, quien titubeante, se animó a exponer su voto:
―Yo, Dulba,
lacrag del clan celko, descendiente de Borbul Ojo de Águila, azote de los
gronings, apoyo el pacto de sangre para que ningún descendiente de mi clan deba
vivir otra sangrienta batalla como la sufrida en Bosque Verde.
Al oír el voto
de Dulba, Torko comenzó a esbozar una ligera sonrisa. Sus razonamientos habían
calado en el corazón de los otros lacrags y comenzaban a dar sus frutos. Fue
Thuma quien recogió el testigo del lacrag celko.
―Yo, Thuma,
lacrag del clan helko, apoyo el pacto de sangre siempre y cuando se respeten
las restricciones pactadas el día de ayer por los demás miembros de este
consejo. Otorgo mi voto a la esperanza de un futuro sin guerras ni odios entre
los pueblos de Jactinia y Tierra Conocida.
La sonrisa de
Torko, que en un inicio fue un simple esbozo, se alargaba ahora por su rostro,
mientras el brillo de sus ojos aumentaba por momentos. Ya solo faltaban por
pronunciarse Guilemin y Akrog. Fue el primero de ellos el que tomó la palabra.
―Yo, Guilemin,
lacrag del clan bilko, y ante las dudas que me embargan, no puedo pronunciarme
ni a favor ni en contra del pacto de sangre con
los gronings. Al mismo tiempo veo paz y prosperidad, como también guerra
y muerte. La balanza del clan bilko no puede decantarse por una opción. No
obstante, y consciente de lo trascendental de este consejo, pongo en manos de
la mayoría la decisión a adoptar, la cual acataré sin poner ninguna traba,
tanto sea en un sentido como en otro.
Tras las
palabras de Guilemin, el voto de Akrog sería definitivo. Toda la
responsabilidad recaía ahora sobre él. Akrog sentía como el peso de los años
ahogaba su corazón. Una vez más debería elegir el camino que tendría que seguir
el pueblo nerlingo. Pensó en Kiril, en su clan, en las vidas que llegarían al
mundo en los años venideros. Todo ello pasó por su mente durante unos segundos
a gran velocidad. Torko comenzaba a impacientarse y dirigiéndose a él dijo:
―Todos
aguardamos el voto del lacrag alko.
Akrog alzó su
mirada y la fijó en los ojos de Torko, tratando a través de ellos de escrutar una
última vez su corazón. Pero aquellos ojos eran opacos, un espejo que devolvía
la mirada de Akrog al interior de su propio corazón, cada vez más henchido por
la carga que soportaba. Finalmente, desoyendo a los recuerdos e imágenes que en
los últimos días habían sido fieles compañeros de viaje, dijo con voz
entrecortada:
―Yo, Akrog,
lacrag del clan alko, apoyo con las restricciones convenidas ayer, el pacto de
sangre con el pueblo groning. Grandes reticencias me ofrece el mismo, pero
trato con mi apoyo de buscar lo mejor para nuestra nación. Que Nerlinguia me
perdone si mi decisión ha sido equivocada y con ella conduzco a mis hermanos por
la senda del dolor.
Así pues, la
suerte estaba echada. Con los cuatro votos favorables de Torko, Thuma, Dulba y
Akrog, y la adhesión de Guilemin a la propuesta mayoritaria, el pacto con los
gronings era ya un hecho. Y si Torko trataba de ocultar sin conseguirlo, la
alegría por el apoyo a su plan, Akrog se encerró en sí mismo, debatiéndose la
nave de su razón en un inmenso y agitado mar de dudas. Si en algún momento
pensó que tomando una decisión lograría aplacar su alma, rápidamente se percató
que se había equivocado de pleno.
La reunión de
los cinco lacrags continuó durante unas horas más, en las que se discutió sobre
la comunicación de su decisión a Zornik, sobre el día en que los gronings
acudiesen a Lothikaton, sobre la boda con Ihola, sobre la iokane, sobre los
festejos y celebraciones posteriores al enlace y sobre la convivencia futura de
los dos pueblos. Pero solo cuatro de los contertulios hablaban, pues desde el
momento en que Akrog se pronunció sobre el pacto, se mantenía ausente,
asemejándose a una estatua que decorase la estancia.
En el exterior,
las nubes que encapotaban el cielo de Lothikaton, descargaban una torrencial lluvia
sobre la ciudad. Era
el primer presente de Zornik al pueblo nerlingo.
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